02 julio, 2014

Corrupción S.A.


Tres presidentes regionales en prisión, uno a punto de estarlo. En Puno, hay dualidad del poder en el gobierno regional. Se acusan mutuamente de malos manejos. En el Congreso se pide comisión investigadora para el Gobierno Regional de Loreto y se pretende investigar a medio Perú. Huánuco, Lima Provincias, Piura, Tumbes, Ucayali, Ayacucho. Donde se ponga el dedo salta la pus. Los agoreros de siempre miran a los presidentes regionales y llegan a la conclusión que la descentralización ha fracasado.
En todos los casos, señalamos con el dedo acusador a la autoridad regional que delinque. Pero no nos detenemos un minuto a pensar en la mano que la alimenta. Se condena al corrupto, pero no al corruptor. La ley pena un lado de la mesa, pero no castiga el otro lado. Y sin embargo, no es posible que los presidentes regionales puedan hacer algo si no es con la complicidad de quien pretende ganar un proyecto, una licitación, una obra; los representantes del lucro perverso, la empresa privada y sus agentes corruptos.
No se puede penar el lucro. Es el fin de la empresa. Lo que se cuestiona es la forma torcida de asumir este fin. Una cosa es competir y ganar. Otra corromper para evitar competir, monopolizar y ganar. La corrupción forma así parte de los costos operativos de la empresa. Los pagos adelantados, parte de la inversión de riesgo; y los regalos y atenciones, en parte del presupuesto de relaciones públicas. Esto desvirtúa no solo el proceso de descentralización. Perfora el Estado.
Pero no es la reforma del Estado lo que está en crisis, sino lo que aquí llamamos el lucro perverso. La corrupción debe ser entendida no solo como el mal uso del poder político o la falla de mecanismos institucionales de control, sino como la colusión con intereses privados distorsionados que buscan obtener ventajas económicas que terminan afectando al sistema en su más amplia definición.
Según Alfonso W. Quiroz* la corrupción en el Perú y en Hispanoamérica en general ha sido históricamente de tres tipos. Una primera, ligada al Poder Ejecutivo, sea que este fuera representado por virreyes, caudillos, presidentes o dictadores. Una segunda, ligada a compras militares. Y la tercera, es la ganancia irregular en el manejo de la deuda externa. En todas estas formas de corrupción, el poder político ha estado siempre coludido con el poder económico.
“Los contratistas y empresarios que dan sobornos, ansiosos de tener así cuantiosas ganancias monopólicas, simplemente trasladaban el mayor costo en que así se incurría a los costos generales de los proyectos públicos en cuestión” (Quiroz 2013: 47). Los niveles de corrupción que vemos en los gobiernos regionales es, al final de cuentas, más de lo mismo.
No cabe duda que la corrupción tiene un impacto negativo sobre la gobernabilidad, el desarrollo de políticas públicas, las reformas del Estado y el propio sistema democrático. La corrupción horada la moral pública y rebaja la autoestima nacional. Una corrupción de carácter sistémica, histórica, como la que atraviesa el país, no se soluciona con la eliminación o retroceso de la reforma, en este caso del proceso de descentralización. Todo lo contrario. Se requiere profundizar la reforma, empoderar al ciudadano en mecanismos de control y transparencia de la gestión pública; profesionalizar el recurso humano y el sistema de administración pública.
Pero sobre todo, se requiere separar la manzana podrida, el agente corruptor. Quebrar con la ley y el castigo ejemplar —en ambos lados de la mesa— lo que hoy por hoy es la empresa más rentable del país: Corrupción S.A. Si no hacemos esto, seguirá creciendo el desprecio por la política y los políticos de turno, incubándose una actitud cínica en los ciudadanos, escéptica o alpinchista que pone en peligro el futuro mismo de la democracia.
 * Historia de la corrupción en el Perú. IEP, IDL, Lima, 2013.
Publicado en Diario 16 el 2 de julio e 2014.