El presidente Humala, en uso de sus atribuciones constitucionales,
decidió finalmente no otorgar la gracia de indulto a Alberto Fujimori Fujimori,
sentenciado por la justicia peruana por delitos de lesa humanidad y corrupción.
Lo hizo en atención a la recomendación que elaboró la Comisión de
Gracias Presidenciales que llegó a la conclusión que no existe en el reo
enfermedad grave o terminal, pero, además, atendiendo a un concepto clave no
mostrado hasta ahora por Fujimori: el arrepentimiento.
Fujimori no se ha arrepentido ni ha pedido perdón por los crímenes
de Estado cometidos. Por el contrario, lo que ha buscado el fujimorismo en todo
este tiempo ha sido defender la inocencia del ex presidente, desconociendo la
condena impuesta por la justicia peruana en un proceso libre y democrático.
Desde el punto de vista Cristiano el perdón pasa por el
arrepentimiento.
No hay perdón sin arrepentimiento.
El perdón es una gracia, no un derecho. Viene de la fuente de poder,
no al revés. El perdón no se obtiene si quien lo pide mantiene el orgullo.
Arrepentirse lleva implícita una voluntad de cambio. Y no se puede
cambiar si no somos concientes que nos hemos equivocado o hemos obrado mal, por
acción u omisión.
El arrepentimiento es también un camino de doble vía.
Si perdonamos sin arrepentimiento, la persona perdonada puede pensar
que nada estuvo mal en su vida y que obtuvo esa gracia por derecho propio.
El arrepentimiento ayuda al que ofende a transformar su vida; y al
ofendido, a vivir en paz o a recuperar su tranquilidad.
Si se otroga perdón sin arrpentemiento, el dolor de los ofendidos se
mantiene y puede transformarse en odio, venganza o amargura.
Y ninguna sociedad florece manteniendo vivos esos sentimientos.
El arrepentimiento abre la vía de la reconciliación.
Por eso a veces es mejor no perdonar hasta ver un cambio sincero en
quien nos ha ofendido, que ofrecer perdón sin que el ofensor reconozca que ha obrado
mal.
El perdón incondicional y de parte no conlleva al objetivo central
del perdón que es volver a vivir en comunidad sin rencores, odios ni venganzas
entre ofensor y ofendido.
Ese reencuentro como seres humanos solo es posible si el ofensor se
arrepiente, demuestra remordimiento y
ánimo de cambio.
Y si el ofendido -en este caso la Nación peruana personificada en el
Presidente de la República-, concede el perdón no solo en base a su espíritu
humanitario, sino por una auténtica reconciliación social.
Que la decisión presidencial sirva para retomar este camino. De
ambas partes.
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