Gastón Acurio, el cocinero más famoso del Perú, padre de la revolución gastronómica que vivimos –y disfrutamos–, acaba de agregarle un toque de sabor a la política, al insinuar primero y negar inmediatamente después, su deseo de ser Presidente de la República.
Su candidatura ha sido casi tan rápida como sus famosos recetuits. Un fast food de entre comidas que deja a los comensales con ganas de esperar el plato de fondo.
Pero, como él bien sabe, un potaje tiene que tomar punto. Cocción lenta, pero constante.
No comparto la idea de algunos de que se necesita "experiencia política" para gobernar el país.
Se necesitan ganas y sentido común. Conocimiento. Honradez y capacidad para armar equipos.
La política es el arte de lo posible, y esto no es más que el arte de solucionar problemas. Capacidad de gestión.
Decisión, inteligencia, planificación, liderazgo, son algunos de los verdaderos ingredientes para ingresar a la política y participar de la cosa pública.
Quizás el principal mensaje que haya dejado este exitoso cocinero es el hecho de que el país necesita el concurso de todos.
El recetario es claro: el país debe ingresar a un periodo de acercamiento, que deje atrás la polarización política.
Basta de aquella práctica malsana de perseguir a todos, de desconfiar de todos, de odiar a todos, de liquidar a todos.
El país del Bicentenario nos demanda una cuota de colaboración mayor, un espíritu nacional enfocado en los problemas principales del país y no en las pequeños rencores.
El país del Bicentenario está llamado ser el país de la reconciliación.
¿Es posible imaginar a un líder llamando a todos a sentarse en una misma mesa? Por ahora no. Pero aquel que lo logre será seguramente quien asegure la conducción del país. Porque al final del día no basta solo cocinar. Se debe asegurar que todos se sienten en la mesa.
Más que preparar un pan, se debe tener el desprendimiento para compartirlo. Entrar a la política, en este caso, puede ser como elegir entre la olla, la mesa o el fogón.
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