“Contarlo todo”, el libro de Jeremías Gamboa, el chico de Santa
Anita –llamado Gabriel Lisboa–, que estudia Comunicaciones en la Universidad de
Lima y que a costa de mucho esfuerzo aprende el arte de escribir en el
periodismo, pero que entiende también que para seguir su vocación de contar
historias tiene que dejarlo, no es, en verdad, solo una novela.
Es más que eso. Es un río de situaciones ordenadas y secuenciadas
que como toda buena novela que crea un universo propio es un texto que se puede
analizar desde la crítica literaria, pero también mirarse desde su arista
sociológica. Y es este último aspecto el que me interesa abordar.
Gabriel Lisboa es un joven de la llamada clase media emergente, que estudia
becado en una de las universidades mas caras de Lima, vive con sus abuelos
–ella una ama de casa y él un mozo de restaurante, autodidacta–. Este peruano,
hijo de la segunda generación de migrantes, se apropia de la ciudad dejando
atrás el mundo de sus padres, el mundo rural, quechuahablante. Ese mundo –Ayacucho
en la novela– que pese a todo, el joven citadino Gabriel Lisboa visita en un
último intento por reafirmar su vena literaria.
Lisboa viaja a Ayacucho con un libro de Arguedas que le había costado
entender antes en la ciudad. Lo olvida en su bolsillo trasero, pero sobrevive a
su juerga, como si el mundo andino estuviera atado a él de manera indisoluble,
aunque deblititado todavía. Por breves momentos, parece entender ese mundo
rural, ese Perú profundo, pero le gana su espíritu citadino. Lo que logra rescatar
de Ayacucho en su novela es una discoteca en Huamanga, un lugar “parecido a
Barranco”, adornado con una bola de espejos en el techo que “ya no se usan en
las discotecas de Lima”.
Lisboa cree empezar a
entender el complejo mundo andino de Arguedas, pero siente que lo que le pasó
en la capital ayacuchana es mucho “más pragmático, realista” y centra su
historia en una conquista y encuentro amoroso que tiene con una joven
huamanguina, a quien logra llevar a la cama, lo que para ella es su “primera vez”. La muchacha marca también
un cambio de mentalidad. La otrora sagrada virginidad no le importa demasiado,
revelando emociones y decisiones de la juventud provinciana asumidas con
libertad y sin mayores culpas o cargos de conciencia.
Gabriel representa a un nuevo peruano. Un peruano emergente que se
integra a una urbe cosmopolita y que consigue abrirse paso con su talento. Este
neo peruano no conoce la lengua de sus padres, que luchan por “seguir siendo”,
pero aprende a hablar inglés. Nada de eso le servirá cuando se enamore de una
niña de la clase alta de Lima, en cuya familia siente de manera sutil aunque firme
el peso de la diferencia social y cierta forma de racismo social.
El alter ego de Gabriel reacciona y se rebela ante esta discriminación,
después de todo –reflexiona el personaje–, de qué estamos hablando si en su
caso es un chico que ha sabido mantenerse en los primeros lugares en una
universidad donde muchos hijitos de papá no pueden siquiera terminar una
carrera y que ha escrito en dos de las más prestigiosas revistas del medio y en
una llegó a ser editor a muy corta edad.
En esas condiciones materiales de vida, Gabriel se forma y va
tomando lentamente conciencia de su propio ser. Deja la industria del
periodismo para encerrarse en el taller del escritor. Una tarea farragosa,
solitaria, de orfebre, que es en el fondo la tarea de un escritor. El resultado
es Contarlo todo, un vómito negro del Nuevo Perú. Necesario para seguir
avanzando en ese redescubrimiento del otro Perú, ausente hoy en día en esta
primera novela, pero que seguramente el autor explorará en una segunda entrega,
acaso el encuentro con su padre, o sus raíces, que es, de algún modo, la búsqueda
constante de sí mismo. Y en ese camino, expresarse como lo ha hecho ahora, con propia voz.
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