El libro de Carlos Ganoza y Andrea Stiglich "El Perú está calato", desnuda
el sistema político peruano. Sin maquillaje, ni medias tintas, considera a los
partidos políticos instituciones precarias, subsumidas por dos personajes que
parasitan en su interior, pervirtiendo su composición y fines: los bandidos
sedentarios y los bandidos pasajeros.
Los primeros son políticos que buscan beneficiarse por medio
de la corrupción, pero que actúan dentro de "ciertos límites" debido
a que el grupo al que pertenecen no permite que sus actos terminen derribando
al partido o desestabilizando al sistema. Son pillos moderados, digamos.
Los bandidos pasajeros, en cambio, no se andan con estos
remilgos. Son avezados, personalistas, se manejan dentro de una lógica
comercial agresiva por lo que no les importa dilapidar los recursos del Estado
hasta dejarlo en la inanición.
Ambos forman lo que los autores llaman la
"Bandidocracia", una forma de sistema político corrupto cuyo fin es
asaltar las arcas fiscales en sus diferentes niveles.
La expresión política de la Bandidocracia la tenemos en todos
los frentes: movimientos regionales que se forman de la noche a la mañana,
partidos políticos que anteponen el dinero y los recursos económicos a la hora
de buscar candidatos; y poderes oscuros, ilegales, dispuestos a financiarlos
para cobrarse más tarde con granjerías o abiertos latrocinios ejecutados desde
el poder.
Estas pirañas de la política están en todas partes. Los
partidos no son la excepción. Hace unos meses señalé en esta misma columna como
estos grupos se mueven no en torno a ideales ni vocación de servicio, sino "por
el poder del dinero". El dinero, puesto como requisito indispensable para
hacer política, pervierte los objetivos de la política. Y cuando
este espíritu prima en un partido, pierde la sociedad. Porque lo que "se
invierte" en llegar al gobierno, se busca luego recuperarlo en el poder.
Lo público y lo privado se confunden. No existe; originando
prácticas corruptas que –como sostiene el libro– hace que predomine "la
política de los intereses particulares y oscuros en lugar de las ideas y
propuestas".
Todo ello menoscaba el sistema democrático. Porque a la larga
los bandidos sedentarios y los bandidos pasajeros buscan hacer obras para ganar
comisiones, no para atender un reclamo ciudadano. Por eso, no les impora, si al
final, ésta queda inconclusa. En el Congreso, estos pillos con inmunidad, no
responden a nadie, sino a sus propios intereses; no son capaces de acordar
políticas de Estado, sino migajas para sus regiones. Usan al partido como
vientre de alquiler y succionan el aparato del Estado.
El problema –coinciden los autores–, es que la proliferación
de estos bandidos "pueden hacer que el país se torne cada vez menos gobernable,
y podrían llegar al punto de causar un quiebre de la democracia". Esa es
una de las trampas que amenazan nuestra viabilidad como país civilizado:
"La política nos ha generado tanto rechazo que hemos permitido con nuestro
desdén que el sistema de partidos se pulverice".
En otras palabras, odiamos tanto la política que no
participamos en ella, dejándole el espacio a los chicos malos. Todos estamos calatos, está bien, pero
algunos calatos, para llegar a la política, llevan solo un antifaz.
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Artículo publicado en Diario 16 el 28 de junio de 2015.
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