El adelanto de elecciones que el presidente Vizcarra presentó como un as bajo la manga en su mensaje del 28 de julio de 2019, es el punto de quiebre de una crisis permanente entre el legislativo y el ejecutivo, larvada en su origen, desde que Keiko Fujimori señaló que le ganaron las elecciones con fraude.
Está en discución la gravedad de este desencuentro. ¿Estamos ante una crisis de la magnitud de los noventa, cuando Fujimori renunció al gobierno, se instaló un gobierno transitorio y se adelantaron las elecciones? No lo creo. Disputas, desencuentros, choques o abiertas hostilidades entre el legislativo y ejecutivo hay siempre. Pero no todas las crisis políticas terminan con una limpieza de la mesa para empezar el juego de nuevo.
De 39 crisis políticas ocuridas en América Latina entre 1950 y 1966 en 17 países de la región el argentino Aníbal Pérez Liñán encontró que 22 crisis desembocaron en una ruptura institucional, pero otras 16 se resolvieron dentro del marco democrático institucional y solo 6 se resolvieron fuera de el (Pérez Liñán, 2001).
No estamos, en efecto, en una salida tipo golpe, o autogolpe civil o militar como en el pasado América Latina y el Perú resolvieron sus crisis políticas, verdaderos choques obstruccionistas entre sus respectivos poderes (Bustamente y Rivero, 1948; Belaunde 1968; Fujimori, 1992).
Aún con estas experiencias históricas, al analizar las relaciones entre el legislativo y ejecutivo peruano en el periodo 2001 - 2016, la correlación de fuerzas entre ambos poderes tendieron al equilibrio. “… ni el Congreso desplegó una actitud obstruccionista y controladora hacia el Ejecutivo, ni éste trató de gobernar de espaldas a la cámara baja de manera preeminente. No hubo por tanto choque entre ambas instituciones, aunque tampoco pueda hablarse de excesiva cooperación” (García Marín, 2017).
El resultado que estamos por ver en el presente periodo de gobierno es el resultado del poder mayoritario en número que logró una bancada, pero también de la absoluta imposibilidad del ejecutivo de contrapesar este poder articulando alianzas con otras fuerzas políticas. Más que un desencuentro en la producción de normas, la disputa fue de poder.
La propuesta de Vizcarra destraba este proceso de manera maximalista. Refleja en cierto modo hasta un agotamiento para gobernar. Una salida de patear hacia adelante con la posibilidad de cuidar el capital político del jefe del Estado en lugar de utilizarlo para gobernar hasta el último día como manda la ley.
En lo que ha tenido éxito el ejecutivo es en plantear ante la opinión pública que la decisión de aceptar o no el recorte del mandato y las elecciones generales anticipadas, está en manos del Congreso. Con ello se pone del lado del pueblo que mayoritariamente respaldará esta medida. No en vano la expresión popular “Que se vayan todos” nace de la calle.
Pero si bien la terminación anticipada del mandato gubernamental y de la representación parlamentaria es una salida constitucional; antes que nada es la expresión del fracaso de hacer política. El Congreso excedió su papel opositor y el ejecutivo no pudo convencer ni persuadir. Ganó la pechada de ambos lados, sin que cedan posiciones ni pasiones. Política es el arte de lo posible. No de lo imposible.
El desenlace, sin embargo, está aún por verse. La decisión final la tiene la bancada mayoritaria de Fuerza Popular. Hay escenarios para todos los gustos. Desde el rechazo de la propuesta y la continuidad del presidente Vizcarra o su salida y reemplazo de la vicepresidenta Merecedes Aráoz, hasta el gobierno transitorio del presidente del Congreso, Pedro Olaechea, o de algún otro congresista que asuma un gobierno transitorio de “unidad nacional”.
De todas las alternativas posibles, tres son los caminos que mejor se acomodan a la realidad, siempre que para el ejecutivo, el adelanto de elecciones no sea una posición final ni inmodificable:
1. El Congreso acepta la propuesta de recorte del mandato de gobierno y se adelantan las elecciones para renovar el ejecutivo como el legislativo. Se aplican algunas reformas políticas ya aprobadas.
2. El Congreso rechaza la propuesta, pero concede replantear la inmunidad parlamentaria y avanzar en la reformas políticas.
3. Congreso rechaza la propuesta y acuerda con el ejecutivo una “agenda de transición y promoción del desarrollo (salida)”.
El capítulo final se inscribirá en las lecciones que América Latina aportará a las ciencias políticas, en el capítulo de relaciones entre los poderes de estado. Una salida limpia, sin agitación en las calles, sin descomposición social, sin estallidos violentos, sin sombras de golpe. Una salida tan sosa que revela o un blanco desprendimiento de poder o un acto enorme de incompetencia para gobernar que se quiere ocultar con una consulta popular sobre un tema rechazado de forma populista.
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