A dos semanas de las elecciones generales, el país luce fragmentado y subrepresentado en sus opciones político-electorales. Ningún candidato ha captado las simpatías de la población. El que encabeza las encuestas tiene menos del 12%. En elecciones pasadas a estas alturas el primero ya bordeaba el 30%.
Después de 10 elecciones presidenciales desde 1980 a la fecha, con cinco presidentes en el último quinquenio, la sensación de que la política ha fracasado en asegurar el bienestar y desarrollo es evidente. En un contexto de aumento de la corrupción en todos los niveles y con una pandemia que solo ha desnudado la incapacidad gubernamental.
Nadie cree en nada ni en nadie. No en vano nuestro país encabeza en América Latina el grupo de países con menos credibilidad en los partidos políticos. Entre el 80% y 90% de los peruanos no tiene interés en la política ni se identifica con partido político alguno.
En esas condiciones de extrema precariedad, los partidos tampoco han hecho su trabajo de reflexión, ni confluencia, ni para conseguir la unidad. La pandemia no ha hecho más que confirmar esta percepción de una política que no sirve para entregar resultados. ¿Qué es sino un sistema de salud con 100 camas UCI al inicio de la covid-19? ¿Y qué tipo de Estado no puede siquiera asegurar un balón de oxígeno?
Ningún gobernante podrá enfrentar solo el desafío de devolver a la política su verdadera razón de ser. Necesitará una gran capacidad para convocar a los mejores y para concertar acuerdos. Pero, en lugar de eso, vemos solo ataques y una tremenda crisis de confianza.
Más que una nueva Constitución, necesitamos constituir un Estado austero, honesto y eficaz. Si solo se cumplieran estas tres características nos ahorraríamos 23 mil millones de soles, que cada año engordan los bolsillos de los funcionarios públicos.
El crecimiento económico en sí mismo no es el fin, sino el medio. Al crecimiento del primer plato se le debe agregar la justicia social en el segundo plato para equilibrar la balanza del Buen Gobierno.
Eso requiere evitar el populismo como mecanismo de acción. El debate que queremos escuchar es ¿qué tipo de Estado queremos tener? Ni un Estado que regale todo. Ni uno que todo lo regule.
Es verdad que la acumulación excesiva de poder económico genera distorsiones en la sociedad; pero, para eso no necesitamos un Estado que castigue ni que persiga, sino un Estado promotor, regulador, que permita un equilibrio sano entre el capital y el trabajo.
No hemos compensado nuestras diferencias de oportunidades. Crecimos, pero desarrollamos poco. Y compensamos menos. ¿Qué pensará una madre de familia cuando escucha a un político y luego para alimentar a sus hijos tiene que abrir una olla común y cocinar con leña?
Felizmente aún somos un país donde la solidaridad se expresa en las familias, en los barrios, en el campo. Un país donde los jóvenes tienen un marcado compromiso y voluntad de servir. 7 millones de peruanos son menores de 30 años. Y casi el 10% de ellos serán nuevos votantes.
Ellos están esperando un mensaje de esperanza. Un mensaje nuevo que represente la esencia de la democracia y que recupere la confianza. La crisis y la emergencia no pasarán con el nuevo gobierno. No hay panacea. Pero al menos que exista horizonte. Por eso, pensemos bien la importancia de nuestro voto este 11 de abril.
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