Hay
una primera diferencia entre Keiko y su padre. Alberto Fujimori no anunciaba.
Alberto hacía. Keiko, en cambio, primero
anuncia. No sabemos si realmente hará. Alberto procedía de esa
manera autoritaria, desde el poder. Keiko aspira a llegar al poder.
El
problema para la hija del ex presidente preso es demostrar que se diferencia
del padre. Que puede encarnar un fujimorismo, no solo sin Fujimori, sino, sin
lo peor de su propio padre.
La
posición de Keiko no es, por tanto, ni una corrida al centro desde la derecha,
ni mucho menos una caviarización, como algunas voces se han apresurado en
calificarla. No hay, pues, una #KeikoCaviar.
Hay
una disciplinada política que sigue los consejos que cualquier cabeza fría
puede sugerir en ese aspecto: no avales la corrupción, ni la violación de
derechos humanos, de los que se acusa al gobierno de tu padre. Deslígate de
Montesinos, del Grupo Colina, de las estirilizaciones forzadas y reconoce el
trabajo de la Comisión de la Verdad. Quédate con la defensa del modelo
económico, la crítica abierta a la partidocracia, el Congreso unicameral, la
Constitución del 93, la captura de Abimael Guzmán y la lucha contra el
terrorismo.
El
problema de esta recomendación es que Keiko –si en verdad quiere que la tomemos
en serio–, deberá hacer mucho más que una declaración ante un politólogo de
Harvard. Aún cuando este politólogo sea considerado uno de sus críticos y
también uno de los que escribió algunas de estas ideas de sentido común, que
como bien sabemos, en política, es el menos común de los sentidos.
Como
bien ha dicho Salomón Lerner Febres, si Keiko reconoce el trabajo de la
Comisión de la Verdad tendría que concluir, en primer lugar, que su padre fue
procesado y sentenciado en sentido estricto de justicia, con un Poder Judicial
independiente; sin tribunales sin rostro, y con respeto a su derecho de
defensa.
Otra
de las cosas que podría hacer Keiko para en verdad creerle es tirar algunas de
las mochilas pesadas que tiene en el Congreso. Deshacerse de congresistas que
solo representan el pasado duro y obtuso del fujimorismo, por no mencionar su
sentido antidemocrático y anti institucional en todo orden de cosas, empezando
por los derechos humanos.
Pedir
perdón en nombre de su padre, arrepentirse en público, no con el ánimo de verla
disminuida, sino, todo lo contrario, de verla madurar como mujer y política, es
otro gesto que esperaríamos de una nueva Keiko, genuinamente cambiada.
Si
ese es el sentido de sus palabras en Harvard, no lo sabemos. Es más, tenemos serias
dudas de que así haya sido. El tiempo –el sereno, pero implacable juez Cronos–
dirá si estamos ante un cambio sustantivo y no solo ante una posición
convenida, una receta, una simple prescripción política, pensada en ganar
dividendos electorales. La Hoja de Ruta que necesita para llegar al poder que,
en su caso, sí podría llamarse La Gran Transformación.
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