La
política es palabra y gesto. La comunicación también. Para comunicar un mensaje
es tan importante el texto como el contexto. El fin último de la comunicación
política es, qué duda cabe, persuadir.
Los
estudiosos de la retórica en el mundo antiguo lo sabían. En tiempos del ágora o
el coliseo, se prestaba atención tanto a la palabra como al gesto. El pulgar
hacia arriba o hacia abajo, sin una palabra del emperador, era la diferencia
entre la vida y la muerte.
San
Agustín revelaba el poder de la "la voz del espíritu", en el
movimiento del cuerpo al proferir un discurso.
De
manera que los gestos comunican tanto o más que la palabra.
El
presidente Pedro Pablo Kuczynski se ha estrenado en el poder con una serie de
episodios gestuales que, de primera intención, resultan positivos para lograr
su principal objetivo, que es, ganar la calle.
Sus
pasitos de baile, ponerse el pañuelo en la cabeza, tocar la flauta, son señales
que han caído en gracia a la gente. Por un lado, rompen el acartonamiento
político para mostrar un personaje espontáneo y natural.
El contrapunto no está en el gesto, sino en la palabra.
El
presidente ha padecido, en el mismo periodo de iniciación, de incontinencia
verbal. Un mal, por lo demás, muy común en los políticos. Se engolosinan con el
micrófono y terminan como el jugador peruano en el área chica, haciendo una de
más.
No
se puede estar haciendo control de daños todo el tiempo. O pidiendo disculpas.
Modular las declaraciones, sería mejor. Pensarlas más, sería ideal.
En
todo caso, estamos ante un nuevo estilo presidencial que tiene sus bemoles.
Las
encuestas dicen que el 70% respalda el inicio del presidente Kuczynski, de
manera que, con lo raro que nos puede parecer ese nuevo estilo, lo importante
es que todo indica que ha sintonizado con la gente.
Por
último, como decía el canciller alemán, Konrad Adenauer, en política, lo
importante no es tener razón, sino que se la den a uno. Lo que no se contradice,
por cierto, con la necesidad de buscar un equilibrio entre el gesto y la
palabra.
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