La sucesión
democrática se dio, sin sobresalto ni dramatismo; en medio de un ambiente más
bien de pasmosa normalidad, como corresponde a un país de desconcertadas
gentes.
Aún así, en
medio del marasmo político en que nos desenvolvemos, no debe perderse de vista
que aquí hubo una bien montada maquinaria conspirativa, delictiva, rampante,
para expectorar al presidente del poder.
La estrategia
para sacar de palacio al presidente fue producto de esa parte oscura que se
encuentra en el ADN humano y que denota nuestro escalón más bajo en la pirámide
biológica: la traición.
No en vano
Dante en La Divina Comedia la califica como el peor pecado de los hombres y condena a los traidores al noveno círculo, el último espacio del infierno, junto a Lucifer, Judas
Iscariote, Bruto y Casio.
El traidor se
alimenta del engaño, la zalamería, la sobonería y hasta de la falsa estupidez,
para generar la confianza en la víctima y hacerlo creer que es el zorro cuando
en realidad es un cándido conejo, sacrificado por la desleal y cobarde conducta
delatora del traidor.
El congresista de
Fuerza Popular, Moisés Mamani –el mismo que mintió sobre sus estudios
primarios, despidió a su secretaria embarazada y tiene cuentas no pagadas con
el Estado– ha pasado a formar parte de esa lista negra, oprobiosa, de la traición política, cuyas raíces las
podemos encontrar en el taimado Felipillo que traicionó a su pueblo para
convertirse en vasallo y servil de los colonizadores.
Este neo
Felipillo político buscó a sus víctimas. A todas. Una por una. Preparó los
instrumentos para grabar y filmar las conversaciones. Rodeó a sus presas, las
engatusó y las hizo caer. Ofreció su voto a cambio de granjerías, obras para su
pueblo, cuando en realidad solo buscaba emboscar a sus víctimas.
Y lo consiguió.
Llegó al parecer hasta al mismísimo Presidente de la República, un hombre desesperado
por conseguir votos que hizo mal todo y que, sin embargo, no hizo ni más ni
menos de lo que cualquier gobernante hubiera hecho en su lugar: ofrecer el oro
y el moro para conservar la cabeza.
¿Actuó solo?
¿Se le ocurrió a él montar este operativo? ¿O hay alguie n detrás que maquinó,
planificó y ejecutó este protervo plan de infiltrar a un topo para implosionar
desde dentro el gobierno?
Si se levantara el secreto de las comunicaciones del congresista y se ordenaran
las llamadas, contactos y mensajes, podría probarse la hipótesis de que el susodicho fue solo el instrumento. El brazo ejecutor. El operador. El arma de la traición. Y que el
cerebro, con toda seguridad, no está en su cabeza.
Excelente tratado del tema. Este nauseabundo "Mamanipillo"debiera ser considerado "la verguenza aymara". Lamentablemente las facciones de este pestilente moral, nos harán dudar de todo aquel que sea físicamente semejante. Me refiero a sus actitudes (para evitar la discriminación).
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