El Dr. Elmer Huertas lo comentó esta semana. El 21 de abril el Perú llegará a su ápex, el pico más alto de la pandemia, que desbordará el sistema de salud, generando más infectados, más pacientes críticos mas ingresos a UCI y más muertes. Eso pasó en todos los países donde apareció el SARS-coV-2. Al día 47 del paciente cero, se produjo el clímax de atenciones límites.
Cuando ese momento llega, los médicos deben replantear sus decisiones al constatar que las UCI y los respiradores mecánicos, son insuficientes. ¿A quiénes salvan?
La directora del Comando COVID, Dra. Pilar Mazzetti, lo ha dejado claro: “Estamos en guerra. Y el objetivo de esta guerra es tener la menor cantidad de bajas”.
Desde Italia, cuando entraron a su ápex, las noticias parecían crueles: “están dejando morir a los ancianos; prefieren salvar a los más jóvenes”.
En un hospital de Madrid, una doctora instruía a su personal médico sobre “la ética utilitarista en casos de catástrofes”, un protocolo para decidir la prioridad de atención de los pacientes, que equivale, muchas veces, a optar entre la vida y la muerte.
El valor principal del procedimiento es la utilidad. Pero no la utilidad individual, sino social.
Ante la disyuntiva de dos pacientes graves con la misma necesidad de atención de un respirador mecánico, se prefiere al que asegure mejores años de vida útil para la sociedad. No al más joven.
Así, entre un paciente de 40 años con cáncer terminal y esperanza de calidad de vida de un año y otro de 50 años con otras morbilidades, pero con mayor techo de vida, se decide por el segundo.
Es duro, pero es el protocolo que se usa para casos de desastres. Su raíz es tan antigua como la práctica misma de la medicina.
El juramento hipocrático, un conjunto de principios éticos, es uno de los instrumentos más antiguos que guían la acción del médico.
Los hebreos también tienen un código de comportamiento médico que establece varios principios en caso de decisiones límite: Si hay una sola cama disponible y llegan dos pacientes, se le da el tálamo a quien tenga más probabilidad de cura, pero si esta ya la ocupa otro enfermo que tiene menos probabilidad de curarse, se prohibe desalojarlo para dársela al que tiene más viabilidad.
Las guerras mundiales y los sucesos catastróficos hicieron que se genere nuevos protocolos para atención de pacientes en situaciones de desborde del sistema sanitario, como el que vivimos ahora con la pandemia del coronavirus.
En este caso, se aplica lo que se conoce como “Triaje de Guerra”. Los enfermos son seleccionados para su atención por colores: verde, leve; amarillo, recuperable; rojo, crítico, actuar de inmediato; y negro, es no recuperable, se le seda. Gris, ni se lo mira, excepto que empiece a tener síntomas.
En esta guerra mundial que libramos contra el Coronavirus, los países empiezan a actuar con esta lógica. Desbordado el sistema sanitario, lo que sigue es la acumulación de cadáveres. Estados Unidos ya empezó entierros masivos en Hart Island, al noreste del Bronx.
Pero no se confunda. La acción de salvar a un paciente y dejar ir a otro es un acto de amor. De amor al prójimo. De amor a la vida.
La decisión la toman a diario los médicos, quienes se someten a duras pruebas y dilucidan situaciones éticas complejas.
Y, a veces, la decisión nace del propio paciente, como aquella mujer de más de noventa años, en un hospital de Italia, quien al ver a un joven que necesitaba un respirador le dijo a su médico: “póngasela a él, doctor, yo ya he tenido una vida bastante buena”.
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