Contundente. El resultado de la segunda vuelta electoral no deja dudas. La mayoría de peruanos abriga sentimientos negativos ante el turbulento desenlace de estas elecciones generales. La preocupación (46%), la incertidumbre (31%), el temor (17%), aparecen como nubes negras cargadas que eclipsan el espíritu de esperanza (16%) y alegría (5%) que debiéramos tener ad portas del bicentenario.
No es sorprendente sentirnos de esa manera si reparamos en la campaña de guerra que ha sido esta disputa electoral: masas movilizadas y en juego de posiciones, poderes fácticos alineados con una de las partes, sistema electoral espoloneado por maniobras dilatorias, pedidos de golpe, llamados de insubordinación y hasta propuestas de anulación de todo el proceso electoral.
La democracia es puesta a prueba hasta sus extremos. El intento de bloquear las decisiones del JNE a través de la renuncia de uno de sus miembros —cuando la ley prohíbe hacerlo en pleno proceso electoral— es solo la gota que ha colmado la paciencia de los grupos democráticos que empiezan a decir “Basta ya”, o como editorializa El Comercio hoy, “Ya estuvo bueno”.
Entramos en la recta final de la definición electoral. Hace un año nos preguntábamos en estas mismas páginas ¿Cómo llegaremos los peruanos a las urnas el 2021? ¿Con qué espíritu iremos a votar? ¿Con qué ánimo encararemos el futuro? ¿En quién confiaremos? O mejor, ¿en qué o quién creeremos?
La encuesta de Ipsos nos dice que llegamos con el talante sombrío, preocupados y temerosos ante el futuro incierto. Lo vemos en las conversaciones en casa o con los amigos, en el trabajo. No hay seguridad de cómo obtendremos ese mínimo de racionalidad que se necesita para gobernar sin sobresaltos, ni sorporesas, ni con zarpazos desestabilizadores. Sin maniobras distractoras desde el poder y sin presiones violentas desde la calle.
El gobierno del 2021 necesita ser un gobierno diferente. La inseguridad, la prepejlidad, el miedo, se cura con reglas claras, predictibilidad, equipos sólidos y, sobre todo, confianza. Recuperar la confinaza es el primer paso para salir de la desesperanza.
El diálogo entre las fuerzas políticas debe ser la savia que alimente la confianza. Las organizaciones empresariales están ya en ese camino. Lo anunciado por el entrante presidente de la Confiep apunta a un proceso de cambio que busca revertir la crisis de valores y la falta de confianza que vive el país.
La polarización debe cesar para dar paso a la construcción de un pacto social por el cambio, pero moderado, con estabilidad macroeconómica, sin experimentos estatistas, con una conducta ética y con un manejo transparente de la cosa pública.
El Acuerdo Nacional puede ser el espacio para fomentar el encuentro ordenado de ideas y trazar los caminos más adecuados para manejarnos en democracia, discrepando con altura y respetando a las minorías. Sin juegos siniestros y desestabilizadores que invoquen el pueblo como excusa de uno y otro lado.
Reconstruir la esperanza será una tarea delicada, frustrante, pero deberá ser sincera, persistente e indesmayable si queremos pasar el bicentenario como lo imaginaron los padres fundadores. La visión de un país “Firme y feliz por la unión”, depende hoy más que nunca de nosotros.
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