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06 marzo, 2022

La guerra llega al espacio exterior

 

La cooperación espacial multinacional —con astronautas estadunidenses, europeos y rusos trabajando en misiones científicas de paz conjuntas— es otra de las víctimas de la invasión rusa a Ucrania. En un sentido no solo metafórico, la guerra ha llegado al espacio exterior.

 

Esta semana se anunciaron medidas que hacen peligrar la continuidad de programas como el ExoMars (ruso-europeo), que debía lanzar una misión a marte en setiembre de este año. O el futuro de la Estación Espacial Internacional (ISS), símbolo de la cooperación entre naciones como Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia y Japón.

 

Moscú también ha tomado represalias ante el durísimo castigo económico que ha recibido de occidente. Cables internacionales señalan que la agencia espacial rusa Roscosmos “decidió suspender sus lanzamientos de Soyuz desde Kourou, en Guayana Francesa, y de repatriar a su equipo de un centenar de ingenieros y técnicos”.

 

No hay lugar en el mundo, ni en el espacio, que no se vea alterado por la guerra.

 

La carrera espacial fue el punto culminante de la Guerra Fría. 

 

En 1957, Rusia orbitó al primer ser vivo en el espacio, la famosa perra Laika. Al año siguiente, Estados Unidos logró con éxito poner en órbita su primer satélite artificial. 

 

En 1961, nuevamente Rusia logró lanzar al espacio al primer ser humano, Yuri Garagarin. Cuatro años después, los rusos lograron colocar una sonda espacial en Venus. 

 

Hasta que, en 1969, Estados Unidos logró la hazaña de colocar al primer hombre en la Luna, Neil Armstrong, afirmando su delantera en la era espacial.

 

En 1975, ambas potencias simbolizaron los resultados que logra la cooperación internacional al acoplar con éxito las naves Apollo 18 y Soyuz 19.

 

La era espacial moderna, iniciada en los primeros años del siglo XXI, continuó esa ruta de cooperación internacional en el espacio, al que se sumaron nuevos actores como China, Japón e India.

 

Todo hacía suponer que el fin de las tensiones entre las superpotencias en el ámbito espacial habían terminado, hasta hoy.

 

El desarrollo de la Estación Espacial Internacional (ISS) es prueba de ello. Probablemente estemos asistiendo a ver cómo se cae la mayor cooperación tecnológica espacial entre occidente y Rusia.

 

La agencia rusa Roscosmos, que mantenía relaciones comerciales con la francesa Arianespace, anuncio esta semana que “se iba a concentrar en la construcción de satélites militares”. 

 

La guerra, como dijimos, altera todo. En este caso, deja atrás la cooperación con fines científicos y pacíficos expresados en el Tratado del Espacio Exterior aprobado por las Naciones Unidas, que establece los principios generales sobre la investigación, exploración y uso del espacio exterior y cuerpos celestes.

 

En su primer artículo, el tratado señala: “La exploración y el uso del espacio exterior, incluida la Luna y otros cuerpos celestes, deben realizarse en beneficio e interés de todos los países, independientemente de su grado de desarrollo económico o científico, y será de incumbencia de toda la humanidad”.

 

Una inspiración pacifista, sin duda; y, por lo mismo, frágil, como estamos constatando en estos días. Quizás, por eso, el propio tratado no limita el desarrollo de actividades militares en el espacio. Prohíbe sí orbitar cualquier tipo de armas de destrucción masiva, incluidas las nucleares. O colocar bases militares en algún cuerpo celeste, incluida la Luna. Escenarios que, por desgracia, no parecen ya imposibles.

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