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10 abril, 2022

¿Y dónde están los políticos?

En circunstancias diferentes la crisis política permanente que atraviesa el Perú debería provocar un realineamiento de las fuerzas democráticas para arribar a un pacto que ponga freno al evidente deterioro no solo del gobierno, sino del sistema institucional.

Es un momento como para que los líderes políticos tomen la batuta y conduzcan el país hacia una solución o insurjan nuevos liderazgos con ideas claras sobre el qué hacer y con capacidad para armar una propuesta, comunicar bien el mensaje y movilizar y persuadir a las masas.

Pero no. Ni uno ni otro aparecen. 

Los líderes que necesitamos no existen más, y los nuevos tampoco. Es como si hubiéramos caído en un estado profundo de crisis de representación, de anomia de líderes carismáticos, huérfanos de ideas y deseos.

El Gobierno es más un intento fallido que un gobierno. Y sin embargo, dirige el país. Lo zarandea, lo resquebraja y, por fin, lo coopta de medianía. Mientras las instituciones languidecen, los poderes informales y lumpenescos ganan el forcejo al Estado y obtienen amnistía en multas y papeletas.

Y una vez más: ¿dónde están los profesionales de la política para ayudarnos a salir del atolladero? Paralizados en una especie de catatonia política. El campamento de Cuajone no tiene agua hace más de 40 días y nadie parece interesado en solucionar este problema. Esta falta de criterio en el manejo del Estado pone en riesgo la institucionalidad democrática que los peruanos —haciendo de tripas corazón— hemos amalgamado en los últimos años. 

La crisis política permanente que el Gobierno provoca amenaza con disolver este tejido institucional. Y, lo que es peor, deslegitima la democracia como sistema de gobierno. A tal punto que se empieza a vender la idea de que el descalabro de precios que padecemos se soluciona con un cambio de Constitución. 

Es como si se quisiera activar con calzador el “momento constituyente” cuando en realidad no estamos, sino, ante un “momento desfalleciente”. Desfallecen nuestros políticos, desfallecen las propuestas, desfallecen las ganas.

El problema con esta incapacidad en todos los frentes es que se puede provocar el abatimiento del propio sistema democrático. Si las soluciones al problema que vivimos no vienen de la civilidad, en un momento de máxima tensión, podría salir de los cuarteles. 

¿Qué esperan para empezar a mirar el cambio de la Mesa Directiva del Congreso y preparar la sucesión constitucional con criterio e incorporar en ella a congresistas como Roberto Chiabra o Gladys Echaíz?

¿Por qué no se autoconvoca el Acuerdo Nacional y firman de una vez todas las reformas mínimas que necesita el país no solo para pasar la página actual, sino para escribir en serio las que vienen?

¿Por qué nadie ha asumido la propuesta de Sagasti de juntar 76 mil firmas para reformar la Constitución y adelantar el proceso electoral?

¿Por qué no se discute en serio el proyecto de ley de la congresista Adriana Tudela para recortar el mandato de los congresistas a la mitad del actual periodo y aprobar su reelección?

Señores políticos, pónganse el alma. 

 

 

 

 

 

 

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