Las fotos de la prensa son elocuentes. Pilar Nores acompaña a su marido en la declaración en la que García reconoce a su sexto hijo, dando, con su presencia, soporte a sus palabras. Luce seria, circunspecta, llevando la procesión por dentro.
Sin decir nada, la Primera Dama lo dijo todo. Pilar es la compañera de ruta y asume un rol de primera magnitud en esta segunda experiencia de gobierno de su esposo.
Es poco lo que se conoce de esta mujer nacida en Córdoba, Argentina, hace 52 años, economista de profesión, excepto que tiene el don de mostrar una cara estudiada para cada circunstancia.
Pilar finge para el público. Repasa el papel que le corresponde en la escena y lo asume con profesionalismo inglés, sin apasionamiento, con cierto distanciamiento.
Es más flemática que emocional. Cien por ciento racional. Su sonrisa no le sale del alma, sino del espejo. No se apasiona, se obsesiona. No reniega, estalla. Pero siempre dentro de las cuatro paredes.
El primer día que llegó a Palacio preguntó por los sillones que había dejado en 1990.
“Seguramente se los han robado”, masculló entre dientes.
Al final los hallaron y los colocaron donde indicó. Uno a uno recuperó todos los objetos que usó en su primer despacho y se empeñó en mantenerlo igual.
De un sopapo, cerró el pasillo donde circuló su antecesora, Eliane Karp, sin saber que ella misma transitaría el mismo camino, aunque con un papel distinto junto al Presidente.
Porque Pilar es más política que Eliane.
A diferencia de la pelirroja esposa de Toledo que, iracunda, arremetía contra todos, Pilar disimula en público y maltrata en privado.
Eliane nunca perdonó la hija extramatrimonial de Alejandro. Pilar lo asume públicamente, aunque en privado quizás lo deteste. Ayer lo demostró acompañando a García en su declaración. El ceño fruncido. La boca torcida. La mirada desangelada.
“Pobre”, dirán todos. “Lo que tiene que soportar”. Na´ que ver. Lo mastica, pero no se las traga.
Para quienes creen sólo lo que ven, Palacio soltó la información de que mientras caminaban al despacho, la pareja presidencial se dio un besito. Mentira. Es el The End buscado.
Pilar es diferente a Eliane.
Eliane creyó que le correspondía el derecho de compartir el poder con su esposo, y buscaba intervenir en los actos públicos del Presidente. Pilar, en cambio, sabe que necesita ejercer el poder antes que dar a conocer que lo comparte con su marido.
Cuando explican un proyecto, los funcionarios públicos apristas le temen más a Pilar que al propio García.
En la mesa de trabajo palaciega, ella no duda en sentarse frente a su marido –no a su lado-, para no atosigar al Presidente ni hacerle sombra. Está y no está al mismo tiempo.
En la campaña, Pilar asumió su propio espacio y tareas. En el gobierno es igual.
Tiene el desplante de una mujer que actúa con energía, aunque se muestre más delicada que una flor.
Los empleados de la cocina y los choferes de Palacio ya conocen sus desahogos. Y sus desplantes. Y su mirada de hielo.
Pilar es una dama de hierro. Inteligente, calculadora, autoritaria. Es nuestra Margaret Tatcher de Cumparsita.
Fina y rápida como el zumbido de la avispa, dura y punzante como su aguijón. ¡Ay, de quien sobreviva a su almibarada ponzoña!
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