Desde
el origen, la ética estuvo enraízada con
la política; era consustancial a ella. O mejor dicho, la política no podía
concebirse sin un comportamiento ético. En el mundo antiguo, se consideraba que
la política debía ser ejercida por hombres justos, buenos, que asumieran con
honor la función pública, pensando en el bien común y no en el beneficio
personal.
El
tiempo –pero sobre todo la realidad– borró esta visión o concepción idílica de
la política. Entonces, se la analizó y sistematizó desde su objeto real de
estudio; los diferentes modelos de poder y ciudad-estado existentes. El objeto
de la política es el poder y la manera de conservarlo, señaló Maquiavelo. Y
para ello se echaba mano a todo tipo de acciones y decisiones, desprovistas de
bondad o principios éticos; la fuerza, la traición, el pillaje, el engaño y
demás consideraciones que podrían ubicarse en lo que llamaremos "el lado
oscuro del poder".
Lo
primero que cayó en esta definición moderna de política fue, precisamente, la
ética.
Lo
vemos ahora que se disputa la segunda vuelta en el Perú. Fuerza Popular, el
partido heredero del fujimorismo, no ha dado muestras de cambio o renovación,
como pensaron algunos, hace unos meses, tras la presentación de su lidereza en
Harvard, que entusiasmó a muchos. El tiempo se encargó de poner las cosas en su
sitio: no hubo un cambio sustantivo, sino solo una posición pragmática para
ganar votos.
El
fujimorismo esencialmente sigue siendo lo mismo. Si no veamos los hechos más
recientes: 1) La acusación de vínculos con el narcotráfico de un grupo de
congresistas electos, 2) El secretario general de FP, Joaquín Ramírez,
investigado por lavado de activos por la DEA, y 3) La participación directa del
empresario Joaquín Chlimper en la manipulación de un audio que buscaba proteger
a Ramírez.
En
ningún momento, la lidereza de la organización, Keiko Fujimori, ha cuestionado
estos comportamientos. Por el contrario, los ha avalado y defendido, haciendo recordar lo peor del fujimorismo; el
fujimorismo oscuro.
Todo
se acepta. El origen por lo menos incierto de la fortuna del secretario
general, el comportamiento torcido de alterar un audio para deslegitimar un testigo
y proteger al investigado, el uso de inmuebles y vehículos del cuestionado
secretario general como bienes de campaña.
La
conducta antiética revela que nada importa con tal de alcanzar el poder. El fin
justifica los medios. Se pierde todo principio y juicio de lo bueno y lo malo.
Se abandona el criterio ético para caer en el vacío del reino de las sombras.
La
pregunta de ¿qué es mejor, un gobierno leyes buenas u hombres buenos?, sigue
siendo válida. Como ayer, las leyes pueden ser buenas o justas, pero, en tanto
existan hombres no buenos que las apliquen, siempre será conveniente el cambio
del hombre para afianzar las instituciones.
Aristóteles
llamaba a esto "un despertar", un cambio que nace desde dentro del
pensamiento y sentimiento humano, que lo capacita para ejercer la función
pública sea como funcionario o como político. Lo que hemos visto de los
dirigentes de Fuerza Popular en estas semanas, es todo lo contrario. Más de lo
mismo. Más del fujimorismo reñido con la ética pública. Expresión clara de la
política antiética.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Todas las opiniones son bienvenidas siempre que sean respetuosas con los derechos fundamentales del ser humano.