A estas alturas nadie duda de la cifras catastróficas que dejará la pandemia. Disputamos el primer lugar en el mundo con más muertos por millón, más número de contagiados y el de la peor recesión económica, resultado directo de la cuarentena obligatoria.
Frente a esta situación, el gobierno decidió cambiar de estrategia. Pero, contra todo pronóstico, lo que hizo fue regresar a fórmulas ya probadas que no funcionaron: prohibir las visitas familiares y la circulación los domingos, y multar a quienes infrinjan las normas.
Las críticas en diversos sectores no se han hecho esperar. Se sigue insistiendo en un modelo punitivo que encasilla la responsabilidad en la ciudadanía. Es decir, coloca a la población en el lado del problema, en lugar de convocarla a ser parte de la solución.
Pero si en plano social no hay mayor cambio, en el aspecto comunicacional no hay siquiera una estrategia que cambiar. Las conferencias presidenciales de mediodía simplemente se agotaron. En el tema de las cifras, entre la fría pulcritud del Sistema Nacional de Defunciones y el cambiante comportamiento del Ministerio de Salud, más éxito han tenido Marco Loret de Mola de MatLab y Ragi Y. Burhum en comunicar curvas y tendencias, y martillazos y huaynos; de manera clara y consistente.
Pensamos que es momento de cambiar de estrategia comunicacional.
El gobierno debiera desarrollar una campaña de comunicación masiva y afectiva con la población a través de multicanales, en horarios prime time, y redes sociales, cambiar el mensaje y el eje de comunicación, y dirigirse a los jóvenes para que protejan a sus familias.
El sistema sanitario, simplemente ha colapsado. El presidente del Consejo de Ministros, Walter Martos, viajó esta semana a Puno para supervisar el Plan Tayta, pero se encontró con un grupo de mujeres llorando por la pérdida de familiares y hombres que reclamaban a voz en cuello la inoperancia del gobernador regional. Importencia, rabia, dolor. Todo junto.
Estamos perdiendo la guerra no solo en el campo sanitario y económico, sino también en el terreno psicológico. No es posible que después de haber tenido la mejor barra en el campeonato mundial de Rusia, tengamos ahora a un grupo de desadaptados agitando banderolas y esparciendo el virus irresponsablemente. No estamos tomando verdadero conciencia de la virulencia del contagio.
Necesitamos un giro. Un shock comunicacional. Una campaña que nos sacuda. Y apele a empoderar a los jóvenes y niños a cuidar a sus padres y abuelos. El amor y la vida deben vencer a la muerte. El gobierno debiera convocar a las principales agencias de publicidad para trabajar en esta tarea. Lo harían con gusto y sin costo económico. Los medios de comunicación también deben colaborar.
“Nos cuidamos todos”, se llamó la campaña que desplegó Uruguay apenas llegó la pandemia a estas tierras. Allí no hubo confinamiento obligatorio, ni uso obligatorio de mascarillas. Apelaron a la responsabilidad del ciudadano. Cerraron las escuelas y las fronteras, sí. Pero principalmente, ofrecieron información veraz, oportuna, masiva y preventiva.
Algo así requerimos. Cuidémonos todos. Basta de perder a más familiares, amigos, vecinos. Los necesitamos a todos. Nos necesitamos todos.
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