¿Cómo llegaremos los peruanos a las urnas el 2021 ? ¿Con qué espíritu iremos a votar? ¿Con qué ánimo encararemos el futuro? ¿En quién confiaremos? O mejor, ¿en qué creeremos?
Es crucial responder estas y otras preguntas. En términos económicos y sociales, el país llegará casi a rastras. Los cálculos más optimistas esperan una recuperación al nivel pre-pandemia recién el segundo semestre. Pero el rumbo del país y sus consecuencias, acaso, ya se definieron.
La recaudación tributaria será una primera dificultad. En unas semanas tendremos el presupuesto del próximo año. Será la primera vez en veinte años que disminuya en términos reales.
Con las arcas afectadas, el próximo gobierno será austero. Y los equipos que administren la cosa pública, sumamente eficientes y con una alta vocación de servicio.
En esas circunstancias, la corrupción deberá ser castigada de manera drástica, ejemplar, de paje a rey. Necesitamos recuperar, en este sentido, la decencia de gobernar.
No habrá más dinero para bonos. Y la deuda pública cuyo ratio oscilaba entre el 20 y 25% del PBI, -lo que nos enorgullecía- podría dispararse. Los organismos de crédito internacional estarán dispuestos a prestarnos dinero. El problema es cómo les pagaremos sin despellejarnos.
Pero si las dificultades económicas serán acuciantes, lo serán más las demandas sociales. Se requerirá estimular el empleo para todos, pero, especialmente para los jóvenes. Son las principales víctimas sociales de la pandemia. Han perdido sus precarios trabajos y muchos también sus estudios.
Llegaremos enfermos y con hambre. Habrá más pobres y desempleados.
¿Qué tipo de gobierno necesitaremos entonces? ¿Qué cualidades deberá tener el gobernante que escogeremos esa tercera semana de abril del próximo año?
En primer lugar, no debe ser uno solo -basta ya de caudillismos egoístas-, sino un equipo. Un conjunto de hombres y mujeres que nos diga con claridad y sencillez qué se proponen hacer desde el primer día para atender la emergencia-país.
Ese equipo debe tener liderazgo para ejecutar las cosas y para contagiar el estado de ánimo de la gente.
Un gobierno que no confunda marketing con capacidad de gestión.
Y que primero que nada reconozca la deuda social que tenemos como Nación y cierre las brechas abiertas que tenemos desde la fundación de la República, como bien anota James A. Robinson en una entrevista reciente.
Somos una República histórica y estructuralmente desigual, decíamos en un post anterior. Suturemos, entonces, cerremos, soldemos, esas heridas.
¿Escogeremos con la razón o como siempre con la emoción? ¿Votaremos por la esperanza o con desolación?, son preguntas o dudas a boca de urna.
Necesitaremos un shock de endorfinas sociales para recuperar el alma nacional. La vacuna puede ayudar a devolver el ánimo colectivo de la gente. Ojalá para entonces esté clara su llegada al país.
No necesitamos más por el momento. Visión y objetivos claros. Gente capacitada para gobernar. Decencia. Y vocación de servicio.
Recuperar la confianza es la base. El optimismo lo construimos a punche. Que las nuevas autoridades sepan qué hacer y no decepcionen ayudaría bastante.
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