Que el general Walter Martos vaya al Congreso de la República este martes —día consagrado al dios de la guerra—a pedir el voto de confianza para su gabinete es solo un simbolismo. La guerra no es con el Parlamento, ni con la oposición política; es contra la pandemia. Y para hacerle frente, cinco meses después de los magros resultados sanitarios y económicos obtenidos, es necesario cambiar de estrategia.
En cierto sentido, el general se adelantó en este nuevo procedimiento desde el ministerio de Defensa al organizar la búsqueda de los contagiados, identificar a los enfermos y prevenir el contagio de la población vulnerable entregando, casa por casa, kits de medicinas en lugar de esperar a los enfermos en los hospitales.
Esta política de focalización, detención y seguimiento de los enfermos, denominada Operación Tayta, en el caso de adultos mayores, es la que recomiendan los organismos internacionales de salud para evitar el colapso del sistema sanitario.
Pero pasar de una política sectorial del Ministerio de Defensa a una política de salud transversal requiere la participación de otros actores, no solo del gobierno nacional, regional o municipal. Es necesaria la presencia activa de sectores organizados de la sociedad como la empresa privada, las iglesias, los comedores y ollas populares.
Ese fue el mecanismo que dio resultado en Guayaquil, Ecuador, que pasó de tener enfermos que se desvanecían en las calles y muertos que esperaban ser recogidos a pacientes tratados de manera inicial en sus propias casas.
En el vecino país del norte se logró formar un equipo operativo que diseñó una estrategia en varios frentes, centrada en el tratamiento inicial de la enfermedad, aún cuando en esos momentos se discutía el efecto de fármacos como la Ivermectina, el Dexacort, la Azitromicina o la Hidroxicloroquina.
Surtieron efecto también los respiradores personales de un solo uso, sistema descartable de respiración mecánica-automática utilizada por el Ejército de los Estados Unidos en las guerras de oriente para socorrer a sus heridos.
Como experto en planeamiento estratégico y toma de decisiones de la Escuela Superior de Guerra, el presidente del Consejo de Ministros sabe el Congreso es solo el primer obstáculo que deberá sortear para iniciar maniobras. El verdadero teatro de operaciones que tiene es la propia calle.
Además de enfrentar la pandemia, el nuevo timonel del gobierno deberá atender la emergencia social que se viene como resultado del colapso económico. La caída de dos dígitos que la ministra de Economía resiste con medidas de apoyo parece inevitable. Esto ocasionará no solo desempleo, sino hambre. No hay salud ni economía con estómagos crujientes.
Los esfuerzos, por tanto, deben igualmente orientarse a recuperar la economía. Quizás el orden de las prioridades sea la principal diferencia con el caído gabinete Cateriano. Primero la emergencia de Salud, luego la emergencia Social y enseguida la emergencia Económica.
Con el panorama claro, el general tendrá que disponer de un recurso que no se aprende en las Fuerzas Armadas. En el Congreso, como en política, no se trata de mandar, ni obedecer; sino de escuchar, pulsear, consensuar y tolerar. Por esta razón, el despliegue no es tanto de fuerzas, sino de esfuerzo, mucho esfuerzo.
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