05 julio, 2020

Al medio hay sitio


En psicología el hijo sánwidch, el del medio, suele sentir que no es tomado en cuenta o que es poco considerado. No es primogénito, sobre quien los padres ponen todas sus expectativas, ni el “benjamín”, el engreído de la casa. En las sociedades pasa algo parecido. La clase media pasa desapercibida para el Estado. Toda la atención se centra en los más pobres y desvalidos —y esta bien que así sea— pero, por lo general, las políticas de ayuda para la clase media escasean o no son asumidas como prioritarias.
Durante casi treinta años todos los esfuezos macroeconómicos que hiceron los países, hablemos de América Latina, fueron para disminuir la pobreza y ensanchar la clase media. Es decir, ayudarlos a salir del fondo de las preocupaciones para depositarlos en la zona del olvido. Ambos cometidos se lograron. Las naciones de América Latina avanzaron en lo económico y social hasta alcanzar en muchos casos el nivel de los países de ingresos medios.
Entre el 2000 y 2010 las cifras fueron impresionantes. En esta década tuvimos un crecimiento promedio de 4% anual, lo que hizo duplicar los ingresos per capita de US$ 7.200 a US$ 14.160. En el Perú, hasta el 2014 la pobreza retrocedió de 45,4% a 29,1%. Incluso la pobreza extrema tan resistente en nuestro medio se redujo de 12,2% a 7,8%. 
El Banco Mundial calculó el 2012 en 50 millones los nuevos integrantes de la clase media en la región. Para el 2015, la CEPAL estimó que 90 millones de personas en América Latina habían logrado asecender a la clase media. La pandemia ahora amenaza con tirar todo como un castillo de naipes. Nunca hablamos de una clase media consolidada, sino de una más bien precaria, inestable, asentada en el crecimiento del empleo, eso que la pandemia ha terminado por deshacer. 
En tres meses hemos retrocedido lo que ganamos en treinta años. Según la CEPAL, 2019, los pobres ya venían aumentado en América Latina, por lo menos, desde el último quinquenio. Antes del Covid-19, esta institución calculaba que los pobres habían aumentado 17 millones entre el 2014 y el 2019, mientras que los pobres extremos aumentaron 26 millones en el mismo periodo. El Perú no escapaba de esta debilidad del crecimiento. El 2018, según el INEI, teníamos 20.5% de pobres.
La paralización de la economía como medida de contención de la pandemia, ha tenido el efecto de cortar las piernas para detener la hemorragia. La clase media endeble ha sido empujada a la informalidad. El pago de pensiones en colegios y universidades privadas ha caído a 50%. Los pequeños negocios han cerrado acumulando deudas en los bancos. Este impacto negativo del Covid-19 en los ingresos laborales regulares de las familias indica que la clase media vulnerable aumentaría del 42,7% al 46,5%, y la clase media consolidada caería del 35% al 31,7%, según estudios recientes del BID.
No queda nada que esperar. La salud y el empleo es lo primero que se resiente cuando la crisis golpea. La clase alta tiene soporte para resistir el embate. Las clases populares son socorridas por el Estado. La que está realmente fregada es la clase media. Nadie se acuerda de ella. En términos sociales no tienen bonos de solidadaridad. En salud, han perdido su cobertura privada y ahora aumentarán las atenciones en los centros hospitalarios públicos; y en cuanto al empleo, se lo tendrán que inventar, como antes, como siempre. ¿Al medio hay sitio? Parece que no. 


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