
Será Mario Vargas Llosa –junto a destacadas personalidades como Salomón Lerner, el obispo Luis Bambarén, Fernando de Szyszlo, Enrique Bernales, Juan Ossio y Frederick Cooper– el encargado de llevar adelante el proyecto.
En palabras del escritor:
“Es muy importante que no se vuelva a repetir en el Perú una tragedia tan espantosa que causó tantos sufrimientos y daños de tipo social, de tipo moral, de tipo político, de tipo económico”.
“Es bueno que las nuevas generaciones sepan lo que ocurrió y se acerquen con una mirada crítica al pasado para no repetir los errores”.
“Creo que es algo que va a reforzar nuestra democracia y aunque seguramente habrá críticas estoy seguro de que una gran mayoría de peruanos va a considerar que valía la pena ese museo”.
En suma, tener un Museo de la Memoria es construir un referente a los errores que podemos cometer cuando la violencia, el fanatismo y la ideología extrema –de uno y otro lado- reemplaza a la lucha civilizada que tienen los hombres en búsqueda del poder que es la política.
No podíamos estar condenados a ser un país de desmemoriadas gentes.
Más que un monumento al dolor, el Museo debiera ser un ícono a lo que el hombre es capaz de hacer cuando la violencia reemplaza a la ley, la libertad y el orden.
El terrorismo destruyó no sólo vidas y familias, sino instituciones.
La democracia y sus autoridades fueron abatidas por el fuego del fanatismo. Aunque también –hay que reconocerlo- en nombre de la democracia se cometieron abusos y barbaridades igualmente condenables.
El Museo debe representar ambos lados de la medalla para al final encontrar una lección. La lección de que esta historia de sangre no se repita jamás.
Para que los ojos, mentes y conciencias que vendrán en el futuro, vean, piensen y sientan lo que alguna vez ocurrió en nuestro país.