17 abril, 2021

La República ausente

 

No es casualidad que el voto del profesor Pedro Castillo recorra las nervaduras del Ande, sumando adhesiones en el norte, centro y sur. Su voto es principalmente serrano. Sucedió lo mismo en las elecciones pasadas. No sorprende, digo, que las poblaciones históricamente menos integradas al Estado nación reclamen inclusión gritando su descontento cada cinco años en las urnas. 

 

Lo que sorprende es que sigan haciéndolo democráticamente. Desafección hay en las urbes. En las zonas rurales lo que hay es abandono, pobreza y un futuro incierto. En estas zonas donde no hay carreteras, ni reservorios de agua, ni conectividad, es imposible que se quiera convencer a la gente con una campaña por redes sociales.

 

Las redes sociales que existen allí son las de carne y hueso: la familia, la comunidad, la junta de regantes, las rondas, la escuela, las Fuerzas Armadas en menor medida, y la Iglesia en sus diferentes expresiones. Y la radio y televisión.

 

Lo que este grupo de peruanos busca es respuesta a sus principales necesidades. Una agenda concreta que los haga sentir no solo compatriotas, contigo Perú, sino ciudadanos con derechos. En todos los procesos electorales esta población exige inclusión real. Son hijos de la República. Pero no reconocidos aún. Estos connacionales tienen madre patria, pero no un padre estado. Son hijos de La República ausente.

 

La descentralización que se pensó como una medida para desconcentrar la gestión, y mejorar la presencia del Estado en las regiones, lo único que repartió fue la corrupción. Las escuelas nacionales son hoy edificios fantasmales. Ni hablar de los hospitales, abandonados e insuficientes. 

 

La crisis para todos es tremenda, pero en algunos lugares del Perú es colosal y permanente. Por eso, más que la forma cómo votaron las regiones, que, repito, no es novedad, lo que debe preocuparnos es el débil respaldo que tuvieron quienes pasaron a segunda vuelta. 

 

Como señala muy bien Martín Hidalgo hoy en El Comercio, el pase a la segunda vuelta de Pedro Castillo y Keiko Fujimori es el más bajo de los últimos 40 años. Descontando el ausentismo electoral, los votos blancos y viciados, Castillo pasa con 10,6% de votos reales y Keiko con 7,4%. Con esos resultados ninguno podría haber disputado la segunda vuelta en los últimos procesos electorales democráticos. 

 

El desplome es en todos los candidatos. Keiko obtuvo 6 millones de votos el 2016 y Pedro Pablo Kuczynski 3 millones. Ahora, Castillo obtiene alrededor de 3 millones de votos y Keiko no llega a 2 millones. La explicación no puede ser solo la crisis pandémica o la sola desafectación por la política. 

 

Podríamos estar ante algo más profundo. Parodiando la jerga de los abogados sería una especie de conjunto real de razones que tiene como resultado un resentimiento del sistema. O como señaló César Hildebrandt hace unas semanas, quizás estemos ante la primera señal del surgimiento de una auténtica oclocracia, el gobierno de las muchedumbres, en la definición de Aristóteles.

 

Las razones para llegar a esa nueva realidad son muchas, pero en la base, de todas maneras, está la combinación letal de corrupción y pandemia. Una respuesta al canibalismo político observado en plena pandemia. Políticos insensibles, capaces de arrancarse el poder a dentelladas. Angurrientos de poder y fortuna, carentes de eficacia para comprar oxígeno o vacunas, e incapaces para escuchar y resolver los problemas permanentes del Ande. 



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