25 abril, 2020

Los caminantes



Aparecieron transgrediendo las órdenes del Estado. Rompieron el aislamiento y el distanciamiento social. No les importó el peligro al contagio. Ni el miedo a la muerte. Son los caminantes pobres del Perú. Ciudadanos ubicados en el fondo de la escala social, a los que no les llega el bono del gobierno, ni la canasta de víveres. Nada.

Muchos de ellos llegaron a la capital para trabajar en lo que sea y ganar algo de plata. Lo hacen siempre en el verano. Vienen de distintos rincones del país a la capital a ganarse alguito. Trabajan como ambulantes, se emplean en negocios familiares; las mujeres optan por trabajar en casas, vender en mercados, tiendas o lavar ropa.

El Covid-19 frustró sus planes. El sistema informal que los sostenía colapsó con la cuarentena obligatoria. Desapareció el comercio, paró la economía. Los magros ahorros se agotaron y no tuvieron ni para proveerse alimentos, ni para pagar sus cuartos en la ciudad. 

El hambre, la incertidumbre, el miedo, aparecieron. No había más qué hacer. Y como dice la canción, su única alternativa fue  regresar a la tierra en que nacieron. 

Entraron, entonces, en desobediencia civil.Una vez más, el Estado no supo ni prever la situación, ni atenderla como es debida cuando estalló.

Los caminantes se empezaron a juntar. Llegaron a las diversas salidas de Lima. Los que iban al norte se concentraron en La Victoria. Los que viajaban al centro se quedaron en la carretera central. Los que iban al sur, en Lurín. Los que pensaban retornar a la selva se acomodaron en las afueras del Grupo Aéreo Nº 8, esperando un vuelo humanitario.

La policía tuvo que intervenir para impedir su avance desesperado, desordenado, en turbamulta. No hay libertad de tránsito en el país. La cuarentena implica el encierro obligatorio. Pero, los caminantes no pueden darse ese lujo. Si no mueren por la infección, morirán por inanición.

Las regiones a las que pertenecen deben inscribirlos y organizarse para recibirlos; disponer de hoteles, carpas, para obligarlos a cumplir su cuarentena. Antes de salir también deben pasar por el protocolo de despistaje. Solo los sanos pueden seguir su viaje. Los sintomáticos deben permanecer en cuarentena; atendidos por el Estado, quien, una vez más, les ha fallado.

Según cifras oficiales de la PCM, hasta ayer había 167,000 inscritos para viajar a diversas regiones del país. De ellos, 3,579  lograron ser atendidos y pasar su prueba de despistaje;  en tanto que 1,621 regresaron a 7 regiones. 

La capacidad para hacerles las pruebas rápidas, según anunció el ministro Zeballos,  es de 800 atenciones diarias. A ese ritmo, para atender a todos los inscritos, se necesitarán 208 días de pruebas, si es que nadie más se anota. En el mejor de los casos, las pruebas terminarán ¡en 7 meses!

Urge tratar la emergencia sanitaria como una guerra. Disponer de inmediato centros temporales de aislamiento en estadios, coliseos deportivos, parques zonales, iglesias. Hacer lo mismo que se hizo en la Plaza de Toros de Acho.

Informar a los caminantes las distintas ubicaciones de estos centros temporales de aislamiento y control sanitario. Lograr que las municipalidades se encarguen de su alimentación (La Victoria es la única que lo ha hecho). Organizar el transporte interprovincial y disponer su servicio. Las líneas aéreas privadas pueden también encargarse de trasladar a los pasajeros a los puntos más alejados.

Lo que no puede permitir el Estado es que los caminantes pasen la noche en el suelo, a la vera de las calzadas, que no tengan alimento, ni abrigo. Ellos no tienen otra opción. No son locos, irresponsables o insensibles. Son pobres. Pobres. Y están desesperados. 


10 abril, 2020

COVID-19: El ápex


El Dr. Elmer Huertas lo comentó esta semana. El 21 de abril el Perú llegará a su ápex, el pico más alto de la pandemia, que desbordará el sistema de salud, generando más infectados, más pacientes críticos mas ingresos a UCI y más muertes. Eso pasó en todos los países donde apareció el SARS-coV-2. Al día 47 del paciente cero, se produjo el clímax de atenciones límites. 

Cuando ese momento llega, los médicos deben replantear sus decisiones al constatar que las UCI y los respiradores mecánicos, son insuficientes. ¿A quiénes salvan?

La directora del Comando COVID, Dra. Pilar Mazzetti, lo ha dejado claro: “Estamos en guerra. Y el objetivo de esta guerra es tener la menor cantidad de bajas”. 

Desde Italia, cuando entraron a su ápex, las noticias parecían crueles: “están dejando morir a los ancianos; prefieren salvar a los más jóvenes”. 

En un hospital de Madrid, una doctora instruía a su personal médico sobre “la ética utilitarista en casos de catástrofes”, un protocolo para decidir la prioridad de atención de los pacientes, que equivale, muchas veces, a optar entre la vida y la muerte.

El valor principal del procedimiento es la utilidad. Pero no la utilidad individual, sino social. 

Ante la disyuntiva de dos pacientes graves con la misma necesidad de atención de un respirador mecánico, se prefiere al que asegure mejores años de vida útil para la sociedad. No al más joven. 

Así, entre un paciente de 40 años con cáncer terminal y esperanza de calidad de vida de un año y otro de 50 años con otras morbilidades, pero con mayor techo de vida, se decide por el segundo. 

Es duro, pero es el protocolo que se usa para casos de desastres. Su raíz es tan antigua como la práctica misma de la medicina. 

El juramento hipocrático, un conjunto de principios éticos, es uno de los instrumentos más antiguos que guían la acción del médico. 

Los hebreos también tienen un código de comportamiento médico que establece varios principios en caso de decisiones límite: Si hay una sola cama disponible y llegan dos pacientes, se le da el tálamo a quien tenga más probabilidad de cura, pero si esta ya la ocupa otro enfermo que tiene menos probabilidad de curarse, se prohibe desalojarlo para dársela al que tiene más viabilidad.

Las guerras mundiales y los sucesos catastróficos hicieron que se genere nuevos protocolos para atención de pacientes en situaciones de desborde del sistema sanitario, como el que vivimos ahora con la pandemia del coronavirus. 

En este caso, se aplica lo que se conoce como “Triaje de Guerra”. Los enfermos son seleccionados para su atención por colores: verde, leve; amarillo, recuperable; rojo, crítico, actuar de inmediato; y negro, es no recuperable, se le seda. Gris, ni se lo mira, excepto que empiece a tener síntomas.

En esta guerra mundial que libramos contra el Coronavirus, los países empiezan a actuar con esta lógica. Desbordado el sistema sanitario, lo que sigue es la acumulación de cadáveres. Estados Unidos ya empezó entierros masivos en Hart Island, al noreste del Bronx.   

Pero no se confunda. La acción de salvar a un paciente y dejar ir a otro es un acto de amor. De amor al prójimo. De amor a la vida. 

La decisión la toman a diario los médicos, quienes se someten a duras pruebas y dilucidan situaciones éticas complejas.

Y,  a veces, la decisión nace del propio paciente, como aquella mujer de más de noventa años, en un hospital de Italia, quien al ver a un joven que necesitaba un respirador le dijo a su médico: “póngasela a él, doctor, yo ya he tenido una vida bastante buena”. 



05 abril, 2020

Soplo de vida*

Contra el reloj, ingenieros de la UNI diseñan prototipo de ventilador mecánico súper económico.

El número de contagiados por coronavirus en el Perú sigue en aumento. A punto de superar la curva de los 1.000 contagiados y pasar los 24 fallecidos, médicos intensivistas, enfermeras y técnicos se preparan para dar batalla en el último reducto de la enfermedad: la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Que tiene como elemento esencial al respirador artificial, un dispositivo electro-mecánico que ayuda con la respiración de los pacientes en estado más crítico. 

Actualmente, tenemos 852 UCI, de las cuales 276 han sido destinadas para pacientes contagiados con el Covid-19. Cuando entremos en el pico de la enfermedad –en tres o cuatro semanas– todos los esfuerzos se concentrarán en los ventiladores mecánicos, cuya producción ya empieza a escasear en el mundo. La importación de uno de estos equipos cuesta entre US$ 20.000 y US$ 50.000 dólares y traerlos a nuestros hospitales tardaría por lo menos 2 meses.

Hace dos semanas, Manuel Luque Casanave, profesor e investigador de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), recibió una llamada del rector de su casa de estudios, quien le informó que el presidente Martín Vizcarra requería que se buscara una solución inmediata para fabricar ventiladores mecánicos en el país. “Tiene que ser una solución rápida y económica”, le explicó el rector.

Sin pensárselo dos veces, Luque Casanave se puso a la orden. De inmediato convocó aalumnos y egresados de ingeniería mecatrónica y mecánica de la UNIy tras cinco días de febril trabajo el resultado fue un prototitpo de ventilador mecánico, cuyas piezas se fabrican en impresoras 3D. “Está compuesto de un monitor que indica los signos vitales de la persona, un ventilador electromecánico que ayuda a llevar oxígeno a los pulmones y elimina el CO2, ductos, válvulas y filtros”, explica. 
El equipo del ingeniero Luque Casanave viene siendo asesorado por un grupo de médicos del Ministerio de Salud (MINSA), con quienes tienen una reunión virtual cada dos días. Además, se han puesto en contacto con Fab Lab Perú, una organización sin fines de lucro que promueve el uso de impresoras 3D. 

Según sus cálculos, cada impresora puede fabricar un ventilador mecánico en dos o tres días. A mayor número de impresoras 3D, se podría acelerar el proceso de elaboración de los ventiladores mecánicos. Por esta razón, espera poder apelar a la solidaridad de las personas que tengan una impresora 3D para imprimir ciertas piezas del ventilador mecánico desde sus hogares, una vez que el prototipo sea aprobado por el ministerio

Cada uno de estos ventiladores tiene un costo aproximado de US$ 500, precio súper económico comparado con lo que cuestan los modelos importados. En estos momentos, el norte del país reclama con urgencia estos ventiladores. Tumbes tiene solo uno y Piura tres. Loreto acaba de recibir siete. Pero, si el virus escala en proporciones geométricas, se necesitarán más. Muchos más.

Una vez pasada la crisis del coronavirus, estos ventiladores podrían seguir funcionando, e incluso, evolucionar sin ningún problema. “Se podrán automatizar un poco más. Ahora tienen lo suficiente para solucionar esta emergencia, pero una vez que se abra nuevamente el comercio y la industria, podremos ponerle aún más elementos y tener una versión 2.0”. 

Personas como Manuel Luque Casanave y su grupo de ingenieros conectados a través de Zoom o Hangouts, trabajando 12 horas diarias en el proyecto, nos hacen pensar que, tal vez, sí tengamos las herramientas para hacerle frente a la pandemia. Solucionar el diseño y la producción de ventiladores mecánicos para los pacientes más graves es una carrera contra el tiempo de la que están dispuestos a salir victoriosos. Y a dejar, su último aliento.  (Luis Alvaro Chávez Hinojosa).



* Nota publicada en Caretas 2634, jueves 2 de abril de 2020, elaborada con datos al martes 31 de marzo de 2020.