28 julio, 2021

Carta a los Indios de las provincias interiores

Nobles hijos del Sol, amados hermanos, a vosotros virtuosos indios, os dirigimos la palabra, y no os asombre que los llamemos hermanos: lo somos en verdad, descendemos de unos mismos padres, formamos una sola familiay con el suelo que nos pertenece, hemos recuperado también nuestra dignidad y nuestros derechosHemos pasado más de trecientos años de esclavitud en la humillación más degradante, y nuestro sufrimiento movió al fin a nuestro Dios a que nos mirase con ojos de misericordia. 

Él nos inspiró el sentimiento de Libertad, y Él mismo nos ha dado fuerza para arrollar a los injustos usurpadores, que sobre quitarnos nuestra plata y nuestro oro, se posesionaron de nuestros pueblos, os impusieron tributos, nos recargaron de pensiones, y nos vendían nuestro pan y nuestra agua.

Ya rompimos los grillos, y este prodigio es el resultado de vuestras lágrimas y de nuestros esfuerzos. El Ejército Libertador que os entregará esta carta, lo enviamos con el designio de destrozar la última argolla de la cadena que os oprime. Marcha a salvaros y protegeros. Él os dirá y hará entender que están constituídos; que hemos formado todos los hijos de Lima, Cuzco, Arequipa, Trujillo, Puno, Huamanga y Huancavelica, un Congreso de los más honrados y sabios vecinos de esas mismas provincias. 

Este Congreso tiene la misma y aún mayor soberanía que la de nuestros amados Incas. Él, a nombre de todos los pueblos y de vosotros mismos, va a dictar leyes que han de gobernarnos, muy distantes de las que nos dictaron los injustos reyes de España. 

Vosotros indios, sois el primer objeto de nuestros cuidados. Nos acordamos de lo que habéis padecido, y trabajamos por haceros felices en el día. Vais a ser nobles, instruidos, propietarios, y representaréis entre los hombres todo lo que es debido a vuestras virtudes. 

Esperad muy breve el cumplimiento exacto de estas promesas, que no son seguramente como los falsos ofrecimientos del gobierno español. Aguardad también nuestras frecuentes cartas, nuestras determinaciones, y nuestra Constitución. Todo os irá en vuestro idioma quechua, que nos enseñaron nuestros padres, y que mamastéis a los pechos de vuestras tiernas madres. 

¡Hermanos!: el día que recibáis esta carta veréis a vuestro padre el Sol amanecer más alegre sobre la cumbre de vuestros volcanes de Arequipa, Chachani, Pichupichu, Coropuna, Sulimana, Sarasara, Vilcanota, Ilimani. Abrasad entonces a vuestros hijos, halagad a vuestras esposas, derramad flores sobre las hueseras de vuestros padres, y entonad al son de vuestro tambor y vuestra flauta dulces yaravíes y bailad alegres cachuas diciendo a gritos: ya somos nuestros; ya somos libres, ya somos felices. 

 

Congreso Constituyente 1823

 

24 julio, 2021

Somos libres, recordémoslo siempre

Es una experiencia fascinante asistir a un espectáculo de teatro al aire libre. Más aún si los actores dialogan en clave entre la historia pasada y presente, y presentan el desarrollo de la independencia del Perú, no tanto desde el punto de vista de los protagonistas, sino de su impacto en hombres y mujeres de carne y hueso de la época.


Es lo que hace Eduardo Adrianzén en su obra “Somos libres”. Es como volver a los orígenes de la representación escénica, sin más techo que el propio cielo y con actores anclados en el diálogo y la narrativa, antes que, en la escenografía, las luces o los efectos técnicos. 


En este teatro minimalista y de pandemia, el autor nos presenta un mosaico vivencial de lo que pudo ser la vida en aquel tumultuoso 1821 a la llegada a Lima del general San Martín y su ejército libertador. 


Una pareja aristocrática arribista y sin más bandera que su propio interés, una vendedora mestiza que no cree ni en el virreinato ni en la nueva patria, sino en su trabajo diario que le da de comer, una esclava negra que espera con ansias su propia libertad, un criollo tan deslenguado como desorientado, y un soldado mulato que construirá su propio destino al lado de la mestiza vendedora.


San Martín y Monteagudo encarnan no solo el poder, sino los extraños vericuetos que tiene este de manifestarse. Los sueños monárquicos y humanistas del primero serán explicitados con el razonamiento agudo del segundo, que define a la sociedad peruana como incapaz de gobernarse a sí misma. Monteagudo es la línea oscura del poder que con diversos rostros aparecerá en diversos momentos de la república. 


El miedo es un sentimiento que se apodera de Lima ante la llegada del libertador. No solo por la fuerza que representan —soldados armados con ganas de expropiar todo y expulsar a los españoles— sino, además, porque "la mayoría son negros". Para cubrirse, los residentes de la capital colocarán en sus casas banderas extranjeras de todos los países, camuflando sus intereses y sentimientos. 


En resumidas cuentas, la obra nos dice que la independencia no significó lo mismo para todos, sino algo propio, diferente, dependiendo del lugar que cada uno ocupe en la sociedad.


La pareja aristocrática se acomodó muy rápido a los nuevos vientos, y de enemiga acérrima del libertador pasó a ser su servil aduladora. La esclava negra no obtuvo su libertad, aunque sí su descendencia nacida a partir de la instauración de la república. El blanco holgazán obtuvo un puesto en la nueva burocracia estatal solo por ser criollo, mientras que el soldado mulato y la mestiza tienen un destino no explícito que se proyecta en el tiempo y que puede resumirse como que siguen dependiendo de su propio esfuerzo para salir adelante.


En donde sí todas las clases sociales se unen, por un momento, sin distinción de tipo alguno, incluso entre gobernantes y gobernados, es en el canto coral que cierra la obra: la conquista de la libertad. ¿Qué celebraron los peruanos de 1821? ¿Y qué celebramos los peruanos de hoy? Sin duda patria, independencia y libertad fueron sinónimos en ese momento. ¿Lo serán también hoy? En esto no somos tan diferentes a nuestros antepasados. Y, como enseña la obra, dependerá del lugar que ocupemos en la sociedad. Para algunos la patria, la independencia y la libertad siguen siendo el día a día. Eso sí, somos libres, recordémoslo siempre.



 

16 julio, 2021

Moderación

La política ha pasado de un discurso violento a simplemente violencia. El auto del ministro de Salud es atacado por una turba de manifestantes del partido que perdió las elecciones. Horas después, la misma mesnada arremete contra periodistas que cubren los incidentes y luego enfilan su furia contra negocios privados en el centro de Lima. Del otro lado, un ciudadano vestido con la casaquilla de la selección nacional es molido a golpes y llevado de emergencia a una clínica local. 

 

Es la representación de la política tribal. Lo que vemos en las calles son grupos movilizados que pasan del discurso de odio a la acción. No aceptan el resultado de los acontecimientos. El discurso negacionista exacerba la ira de unos. La larga espera a otros. En el choque de ambas posiciones, el jugar con fuego, puede llevarnos al caos. Y la violencia podría deslegitimar el curso de las acciones.

 

¿Busca alguien generar un caos político y tirar por la borda este proceso electoral? Hay dos momentos que nos ayudarán a responder esta pregunta. La proclamación de resultados que deberá anunciar el JNE la próxima semana y la juramentación del nuevo presidente de la República el 28 de julio.

 

El presidente Francisco Sagasti ha admitido que las fuerzas policiales se han contenido en reprimir a los revoltosos, al punto que, en los últimos cinco meses, dijo, “solo se han usado dos bombas lacrimógenas”. Ergo, en adelante, se usarán más.

 

Es momento de llamar a la moderación. Y a la cordura. No debemos caer en excesos, sino actuar siempre con sensatez. En política, la moderación es un valor escaso, pero, por lo mismo, valioso. Corresponde a los líderes no solo llamar a la calma, sino practicarla. Vivir y actuar en equilibrio, con sobriedad y responsabilidad. La palabra y la acción deben mantenerse en armonía.

 

Si las masas no se desmovilizan, si no acatan responsablemente los resultados, si no pasan de la protesta a la propuesta, será difícil no llegar a la confrontación física, como hemos visto recientemente. No es fácil controlar la hybris, el exceso, el orgullo, la soberbia, el dolor. 

 

Pero en situaciones límite, como las que vivimos, se requiere que los políticos muestren la madera de la que están hechos. Que hagan uso de la templanza, la ecuanimidad y moderen su radicalismo y extremismo.

 

Se requiere valor para actuar con buen juicio y liderar a las masas al orden. La insensatez, en cambio, es moneda corriente y favorece la violencia. La transferencia del poder es ya demasiado turbulenta para seguir agitando las calles. En estos momentos difíciles, una sola cosa hay que pedirles a los políticos y a sus tribus: moderación.



10 julio, 2021

El desarrollo esquivo

 

No hay que dejar pasar las declaraciones del ministro Waldo Mendoza en un reciente foro virtual por el bicentenario de la creación del Ministerio de Economía y Finanzas. Es interesante su reflexión descartando el sueño de una industria nacional debido a su distanciamiento físico y geográfico de las grandes potencias económicas.

 

“Todos los países nuevos industrializados están al costado de Estados Unidos, Alemania o Japón. Son las grandes cadenas de valor. Estos (países) chiquitos se agarran y mientras alguien produce autos, ellos producen llantas”, dijo Mendoza para graficar su hipótesis.

 

Enseguida agregó: “América del Sur está lejos de Alemania, Japón, China o Estados Unidos; por eso no hay ningún país industrializado en América Latina, excepto México. Efectivamente, no hay que soñar con que el Perú pueda ser un país industrializado”.

 

El ansiado camino al desarrollo ha tenido varias fórmulas para explicarlo y resolverlo. En los años 40 y 50 se enfatizó el crecimiento del Producto Nacional Bruto como la clave para salir del subdesarrollo, en los 60 y 70 el acento estuvo en mejorar la distribución, en los 80 se habló del desarrollo humano para pasar en los 90 al alivio de la pobreza.

 

Prebisch centraría su explicación en un solo proceso de centro-periferia en el que el desarrollo de los países más poderosos era imposible sin explicar el subdesarrollo de los países periféricos. De aquí surgiría la Teoría de Sustitución de Importaciones como una respuesta para superar el poco progreso técnico de los países periféricos, como el nuestro. La Teoría de la Dependencia afirmaría que el carácter dependiente del capitalismo periférico será la raíz de su imposibilidad de dejar o salir del subdesarrollo.

 

La visión de Mendoza rompe con esta lógica de industrialización que sigue el molde de los países desarrollados para centrarnos en objetivos más realistas como promover la minería (sector primario), la agroexportación, e incorporando nuevos motores productivos como la industria forestal, la acuicultura y el turismo. Solo en el caso forestal tenemos 78.8 millones de hectáreas de bosques, pero no tenemos plantaciones ni exportamos madera.

 

Siguiendo esta línea de pensamiento, el exministro Piero Ghezzi propone una estrategia de crecimiento con tres objetivos: a) Facilitar el crecimiento en todos los sectores con potencial, incluida la industria; b) Encadenar a las MYPE; y c) utilizar los recursos naturales para generar ecosistemas de conocimiento. Esto significa, desde el Estado, generar políticas públicas de desarrollo productivo.

 

El desarrollo no vendrá solo de los mecanismos del mercado. En países como el nuestro, con diversidad económica y social, y con abundante mano de obra no calificada, se tiene que imbricar el Estado y el mercado para ayudar a desbastar las disparidades. El proceso de desarrollo no es solo acumulación de capital económico, sino también de capital humano y social.

 

El desarrollo es, entonces, un proceso multidimensional. Un proyecto nacional de desarrollo de esta envergadura requiere esfuerzo de voluntad y acuerdo político entre las fuerzas productivas, las fuerzas sociales, los inversionistas, los empresarios y los trabajadores. Un amplio consenso político, económico y social, seguridad jurídica y un largo proceso de clima político estable. Todo lo que por el momento, lamentablemente, no tenemos; como si el desarrollo nos fuera un bien esquivo.