20 junio, 2020

Los silenciosos


A los caminantes y nuevos caminantes se unen, sin voz pero con voto, los silenciosos, jóvenes que han perdido sus empleos con la pandemia y que ven el futuro con preocupación, cuando no con desesperanza. Uno de cada seis jóvenes en el mundo se quedó sin trabajo por el Covid-19. En el Perú, es uno de cada tres. 

2.4 millones de empleos formales se han perdido oficialmente. No hay cifras sobre la caída del empleo informal. Pero el -40,5% de PBI en abril y el -12,5% proyectado para el año pueden dar una idea del panorama infernal. Una vuelta por La Victoria también ayuda.

No estamos ante una crisis sanitaria o económica, sino ante una crisis del Estado-nacional (Alberto Vergara, dixit). Tenemos 200 años de crisis larvada que la pandemia simplemente maduró. Somos una República histórica y estructuralmente desigual. Lo que avanzamos en treinta años de disciplina y sacrificio fiscal lo hemos perdido en tres meses. Al final del día seremos más pobres y más enfermos. 

¿Teníamos otra opción? No en este momento. Siempre supimos que la cuarentena radical era para evitar saturar la demanda hospitalaria. Un terremoto podía desbordar igual o peor las emergencias. La respuesta no está solo en el presente, sino en la Historia. En nuestras raíces desconectadas. En el suelo que nos vio nacer, pero que nos empuja a mal vivir. O morir.

Y, mientras tanto, en silencio, millones de jóvenes se ocultan tras la estadística. Ellos son el resultado de la peor crisis económica de los últimos 100 años. La pobreza podría crecer de 20,5% a 27,5%, según proyecciones del BCR, por lo que tendremos que volver a empezar.

El problema es que no sabemos si la gente querrá nuevamente empezar a recorrer el mismo camino. El “sentir del pueblo”, va en otra dirección. Quiere un Estado benefactor antes que un Estado ahorrador. Sería mejor un Estado eficaz, y no de prosperidad falaz como el de la República Aristocrática de Basadre. Un Estado que obre y no ubre ni robe. 

Por ahora hay menos ruido que nueces. En Chile, el hambre ha roto la tregua en algunas zonas y la gente ha salido a saquear tiendas en busca de comida. En Perú, la primera señal de descontrol es el aumento de la delincuencia. Nacional e importada. 

Desde el Ministerio del Interior se propone extender el toque de queda hasta fin de año “para frenar a los delincuentes que roban de noche”. Pero no está demostrado que restringir un derecho ciudadano sea una medida efectiva para que la Policía cumpla con su mandato constitucional que es controlar el orden público. Aprovechen más bien que los principales afectados con la pandemia, los jóvenes, están en modo silencioso. Si se dan cuenta, entonces, sí, la cosa puede complicarse. Y puede haber ruido. Mucho ruido.




13 junio, 2020

Los nuevos caminantes




Hace unas semanas escribimos sobre el fenómeno sociológico de miles de peruanos sin trabajo en la capital y con hambre que regresaban a sus provincias a pie, expulsados por el coronavirus, y al mismo tiempo teniendo como última esperanza el refugio en sus lugares de origen. Les llamamos los caminantes.

Eran miles de personas y familias enteras movilizadas de forma silenciosa, pacífica, por las carreteras, que no encontraron en el mercado ni en el Estado respuesta a sus demandas de salud, alimentación o puestos de trabajo.

Hoy un nuevo tropel de ciudadanos se ha volcado a las calles. Inundan las principales avenidas alrededor del centro histórico de Lima y La Victoria. A diferencia de los anteriores caminantes, estos no llevan sus enseres a cuestas, sino mercadería, bienes de valor, que no pueden vender. 

No son desempleados o trabajadores precarios en busca de empleo. Tienen un capital que se deprecia conforme crece su angustia. Son comerciantes formales, inquilinos de galerías, muchos de ellos con uno o dos puestos de venta, con créditos en el banco y cuentas que pagar. 

Son emprendedores que tampoco el mercado o el Estado ha logrado atender. Con el agravante de que, además, son castigados por algunos alcaldes insensibles que privilegian el ornato al orden; como cuando pintan las casas de los pobres en lugar de proveerles servicios básicos e infraestructura.

El Estado en todos sus niveles no sabe qué hacer con esta masa de comerciantes que sale incluso en carros y camionetas y se estacionan en cualquier esquina para ofrecer sus productos. Los que no tienen vehículos simplemente se echan sus costales al hombro con prendas de vestir, artículos mil, mochilas, maletas y repuestos de carro y computadora. 

Urge atender esta demanda social, que tras noventa días de cuarentena está haciendo explotar la economía. Menos burocratismo. Menos protocolismo. Más creatividad. 

Una fórmula rápida, como se propuso entonces para los primeros caminantes, es utilizar los espacios públicos que ya existen —parques zonales, estadios, colegios, iglesias para ubicar a estos comerciantes y organizar el mercado. Esto permitiría mostrar, de paso, las ventajas de la formalidad. Con más del 70% de economía fuera de registro que aporta alrededor del 20% del PBI, no vamos a ninguna parte. 

No se trata ya de perseguir, castigar, penar; sino de atraer, enseñar, y ser efectivos en la entrega de servicios. La tarea obviamente no es solo municipal. El gobierno nacional debe intervenir ya. No atender este problema solo empujará a los hoy precarios emprendedores formales, a punto de quebrar, precisamente al lado oscuro de la informalidad. No frustremos, ni matemos el emprendimiento.



06 junio, 2020

Adiós, Madre



Querida Madre,

No pude abrazarte, ni besarte, ni alisar tus cabellos, en la hora final. Tú que solo diste amor toda la vida, te vas sin que pudiera coger tu mano. No es justo. No es humano. Por eso te escribo esta carta. Para que la leas en el camino. Para que sepas que estarás viva en mis recuerdos, en mis oraciones, en mis tribulaciones y alegrías. Solo se ha ido tu corpus, Madre, no tu esencia. Tu envoltura, no el amor que irradiabas por tantos, tantas veces. El cuerpo ha cumplido su ciclo, acotado por la pandemia. Pero la vida en su expresión más profunda, continúa su viaje. Debe ser por eso que el amor a la madre es infinito. Porque se anida en el espacio más grande que tiene el ser humano para los seres que quiere: el alma. 

Ve tranquila, cumpliste tu misión en La Tierra. Luchar fue tu destino. Trabajar, tu camino. Diste todo por tus hijos, hasta lo que no tenías; sacrificándote siempre. Llegaste a Lima a los once años y dejas este mundo a los ochenta. Viniste del campo a la ciudad y te acostumbraste a la vida agitada, al tránsito, al reloj. Añorabas tu Piura natal, cómo no, la recordabas verde, con olor a tierra mojada, a leña de algarrobo y sabor a mojarras frescas. ¿Soñabas con ella? Porque soñabas, y todas las mañanas te levantabas temprano para contarle tus sueños a mi tía Amada. Historias realistas, otras fantásticas, de agua limpia y agua sucia, de escaleras, de parientes, de amigos, de viajes, de comidas, de animales, de vida de niña y de mujer. Me despertaba tu voz y la sonoridad de tus relatos e interpretación. 

Esos sueños freudianos los aprendí de ti. A propósito, Carl Jung decía que la psique no responde a las leyes del espacio y del tiempo. Eso explica las visiones, los sueños, el mirar antes de doblar las esquinas, la sensación de haber estado en un lugar antes. Auténticas vivencias, manifestaciones no físicas de otra dimensión. Lo mismo pasa con los recuerdos y los sentimientos: viven mientras se sientan, y se proyectan sin las ataduras del tiempo y del espacio.

Mi razón se doblega ante el sentir, querida Madre. Solo quería dedicarte estas líneas para agradecerte haberme regalado lo más preciado que podemos tener: la vida. Hoy, en medio de la más absoluta soledad, cumplo con devolverte al lugar de donde venimos, para que encuentres eterno descanso y paz. Pero quiero que sepas que no te quedas aquí. Tú te vienes conmigo. Te llevaré por siempre en mi corazón, hasta que la luz de mis ojos se apague y nos volvamos a encontrar en la inmensa y celeste eternidad. 

Te quiere,

Tu hijo, Lucho.