31 marzo, 2019

Las Bambas: ¿Qué sombrero tiene el Estado?


Hay que tener el sombrero bien puesto. Quedó claro que el tema de Las Bambas no es un asunto de privados. El Estado tiene un rol fundamental: cumplir y hacer cumplir la ley, proteger la inversión privada, asegurar el libre tránsito, brindar seguridad, pero, fundamentalmente, defender a los ciudadanos.

No hay Estado sin ciudadanía. El Estado garantiza las reglas de una convivencia pacífica. Cuando esta no es posible, existen los tribunales. Allí se dirimen las diferencias entre privados; en uno de los poderes del Estado. 

El problema es cuando el Estado se quita el gorro de garante y se pone del lado de una de las partes, generalmente de los poderosos. Así ha ocurrido con las comunidades campesinas o rurales desde siempre. 

En Las Bambas se trató, desde el principio, de hacer las cosas de manera diferente. A los campesinos de Fuerabamba se les pagó por las tierras que ocupaban, se les construyó un pueblo completo en Nueva Fuerabamba, y se les permutó tierras agrícolas y de pasturas en Villa Villa. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué llegamos al punto de estallar un nuevo conflicto social?

La respuesta tiene varias aristas. Es verdad que el Ministerio de Transportes no expropió los terrenos ni le pagó el justiprecio a la comunidad por sus tierras donde ahora pasan centenares de camiones diarios. Pero también es cierto que los comuneros se han negado a que el Ministerio de Transporte tase esas tierras. Lo que ellos quieren ahora es que la empresa les pague un peaje por derecho de uso de la vía. Y probablemente, sientan que fueron engañados y quieren replantear los acuerdos firmados con la minera.

En el entramado de pasiones humanas que explican las posiciones extremas que vemos hoy están desconfianza, el engaño y también algo de codicia. ¿Fueron las comunidades engañadas por la empresa en el momento en que tasaron sus tierras? ¿Negociaron en igualdad de condiciones? ¿Cumplió el Estado con organizar, consensuar y ejecutar planes de desarrollo para las comunidades impactadas por la minería? 

Por lo que hasta ahora vamos conociendo, parece que no. ¿Cómo asegurar entonces que las comunidades -cualquiera que esta sea- que se encuentren dentro de una zona con recursos naturales explotables, conviva y procese sus expectativas dentro de un clima de paz?

Lo ideal sería convertirlas en socias de las empresas. Pero si eso no se puede, al menos el Estado debe asegurarles un adecuado asesoramiento legal para acompañarlas y ayudarlas a decidir en el momento que la empresa realice su oferta. 

Además de los sectores Energía, Ambiente y Transporte, la Defensoría del Pueblo, que tiene oficinas regionales descentralizadas, podría ser el ente que brinde este tipo de asesoría legal especializada a las comunidades que lo requieran. 

Un segundo paso sería no solo tener planes de desarrollo para las zonas de influencia, sino comités de desarrollo local, que administren los fondos que adelanta la empresa minera, con participación de las propias comunidades, debidamente asesoradas, por supuesto.

Si el Estado no cautela el interés de las comunidades, estas buscarán algún tipo de asesoría legal o económica y podrían encontrar a profesionales inescrupulosos que lucran con la ignorancia de la gente, como estamos viendo. Al Estado habría que recordarle en este caso que: al que le sirva el sombrero, que se lo ponga.

23 marzo, 2019

Hasta luego, César


Paren las rotativas. César Lévano ha muerto. Se ha ido el maestro. El periodista. El poeta. El compañero. Queda su recuerdo. Sus palabras. Su obra. Sus enseñanzas.

A César lo encontramos en las aulas sanmarquinas, pero lo conocimos fuera de ellas. En el Patio de Letras, en La Casona, en su casa, pero, sobre todo, en las redacciones. 

Compartí con él una oficina de crujiente piso de madera en CARETAS. Eran los años 98, 99. Las computadoras ya reinaban en las redacciones, pero César se resistía a usarlas. 

Él prefería su vieja máquina de escribir que volteaba al terminar, como dándole descanso.

Todos los martes cerrábamos edición, junto a Raúl Vargas Vega con quien compartía y se turnaba la nota principal o la entrevista.

Las voces de Los Zileri tronaban de cuando en vez. Ora Enrique. Ora Marco. César, en cambio, era apaciguado, reflexivo, histórico, referencial, poético. 

Solo cuando hablaba del sindicalismo y la lucha obrera, de Marx, de Mariátegui y la traición de Ravines, la transfiguración de Haya, la resistencia de Gonzales Prada, se le inflamaban las venas. Y se volvía realmente rojo.

Cuando se dejaba llevar, recordaba su infancia, sus trabajos y picardías. Recitaba a Vallejo. Cantaba a Chabuca. Emulaba a Pinglo. Admiraba a Hildebrandt. Y amaba a Natalia. 

Y si reía, dejaba traslucir el niño tímido que llevaba dentro.

En esa buhardilla de piso apolillado, muchas veces, cerrábamos a cuatro manos; editábamos, ajustábamos, cortábamos, titulábamos, seleccionábamos fotos y hacíamos leyendas. 

Corregía musitando, para encontrarle musicalidad al texto. Cuando no la hallaba, devolvía el trabajo.

El cierre incluía, de manera obligatoria, la hora del caldo de gallina. En la madrugada, parábamos. A César le llevaban su caldo a la oficina. Lo aprovechaba con deleite. 

Luego seguíamos. Escribíamos, corregíamos, titulábamos, seleccionábamos fotos, hacíamos leyendas, hasta ver el cielo azul.

César vivió y envejeció con dignidad. No lo doblegó, ni le agrió el corazón, la cárcel, la política, la tiranía o la vida ajustada. 

Lo enriquecían sus lecturas, sus reflexiones, sus ideales. Lo enaltecía su virtud y ética. Y sus libros, periódicos y revistas viejas. 

Lo suyo era el cultivo de una vida cultural, intelectual. Sin bajas pasiones, ni envidias, ni poses de falso Catón.

Tras los cierres en CARETAS, terminábamos zombies. César acomodaba sus papeles, sus libros, levantaba su máquina de escribir y bajaba despacio. 

Afuera, en la Plaza de Armas, el día rompía. La gente empezaba a deambular. Las oficinas y negocios desenrollaban sus puertas, corrían sus cortinas. Los taxis se acercaban. 

César cogía el primero. 

—¡Al Rímac!

Un día le pregunté por qué siempre tan apurado para irse.

—Voy a tomar mi café y mi pan con tamal. Natalia me espera—, me dijo.

Aún lo veo irse. Subiendo adelante. Sonriendo. Acomodando su pierna de madera con las manos. 

—Hasta luego, César. Vaya pronto. Natalia lo espera.

16 marzo, 2019

Gestión y comunicación



Cuando el problema es la economía (parada) y la gestión (ineficiente) es poco lo que pueden hacer la comunicación o la paridad de género. Ayudan, sin duda, en el primer tramo, en el de la presentación de objetivos generales, pero, al final del día, la diferencia es la capacidad de entregar resultados.
Del sector privado, la gente espera una economía dinámica, que crezca y genere puestos de trabajo; y del Estado, reclama funcionarios honestos y mejoras en la calidad de los servicios públicos, principalmente seguridad, salud y educación. 
Lo que se busca son cosas tangibles. No humo.
Es verdad que no hay política efectiva sin comunicación. Pero, una sirve a la otra; no la reemplaza. 
La comunicación es una herramienta de la gestión. No es la gestión misma. Pensar lo contrario es cargarle demasiada responsabilidad al proceso de comunicación. Es lo que sucede cuando escuchamos decir a los políticos cada vez con más frecuencia, “no hemos sabido comunicar bien” o “a partir de hoy mejoraremos nuestra comunicación con la gente”.
Los errores de gestión son de los políticos. Como señalaba en un anterior post: “Es una falacia pensar que la comunicación pueda resolver los problemas de la política (…) La comunicación es un instrumento de la política. Y no al revés”.  

La mayoría de la veces los problemas del gobierno no son de comunicación, sino de gestión. Si el puente se cae, la percepción, ánimo o sensación de la gente no va a cambiar hasta que se solucione el problema de tránsito de un lugar a otro; por más comunicación que se realice. 

Si la ejecución del presupuesto para la reconstrucción en Salud en el norte apenas tuvo un avance del 5%, en el 2018, lo que hace que los centros de salud luzcan abandonados generando malestar y rechazo en la gente de  Lambayeque y Piura. ¿Es un problema de comunicación o de gestión?

Este es el tema que deberá enfrentar el gabinete Del Solar. El presidente del Consejo de Ministros es un extraordinario comunicador. Pero tendrá que mostrar sus dotes de gestor si quiere cambiar el humor nacional.  

Todo gobierno democrático, tiene el deber de comunicar lo que piensa hacer. Pero debe hacer y no solo decir. “La mejor comunicación no es la que se dice, sino la que la gente ve y siente. Por eso, en lugar de preocuparse por comunicar, primero, el gobierno tiene que preocuparse en gobernar” (Politikha).

Así como gestión sin comunicación no sirve, porque no se ve. Comunicación sin gestión, no camina. La gallina cacarea cuando pone el huevo. No antes.  

09 marzo, 2019

Yo, robot

Todos los días tenemos una noticia de alguna proeza robótica. Se prueba con éxito y salen al mercado robots que desatoran cañerías, doblan ropa, preparan sándwiches, tragos, diagnostican a pacientes, opinan jurídicamente sobre controversias varias, relacionan parejas, redactan noticias sobre el clima, los deportes, elaboran obituarios, crean piezas musicales y hasta hay uno que pinta cuadros que se subastan como piezas de arte.

Convivimos con tecnología que a pasos agigantados reemplaza las actividades humanas.

Hasta hace poco se creía que la creatividad humana, era el espacio vedado para los mecanismos automatizados. Pero, ¿quién podría negar que un conjunto de sonidos técnicamene perfectos, agrupados en una escala determinada, con una melodía agradable al oído y acordes y compases aleatorios no copiados, no califica como creación o, mejor aún, como inspiración?

Los humanistas dirán que la inspiración viene del alma. Los naturalistas, que es resultado de un proceso químico cerebral. Los románticos, que proviene del corazón. Y los religiosos que es un don de Dios.

¡Pero la máquina no tiene ni alma, ni cerebro, ni corazón, ni fe! Y, sin embargo, crea. 

Los robots procesan datos; tienen una capacidad para analizar en milésimas de segundos, infinidad de algoritmos que les permite ejecutar una serie de tareas, muchas de ellas antes realizadas solo por el ser humano. El resultado es el reemplazo de estas funciones humanas por los robots. No es solo el complemento de la tecnología en las actividades humanas. A la larga, será el reemplazo total de uno por otro; en algunas funciones, oficios o profesiones, al menos. La guerra de drones, por ejemplo, no es más ciencia ficción. Pero tampoco lo es el hecho que los empleos humanos en manufactura caen, mientras la intervención de robots en la fabricación de objetos, aumenta. ¿Será hoy más barato prender un robot que corta, cose, pega botones y embolsa camisas en China que pagar a un conglomerado humano que hace lo mismo en Gamarra? Cuando lo sea, no desaparecerá Gamarra, pero su posibilidad de competir en el mercado mundial habrá desaparecido. A no ser que transite el mismo camino hacia la robotización.

El mexicano José Ramón López-Portillo, en su excelente libro “La gran transición” sostiene que cuando nos referimos a la tecnología hay dos visiones y formas de entenderla. 

La visión pesimista señala que la tecnología traerá desempleo masivo, desigualdad extrema. Y que al comienzo, una mayor conectividad conducirá al aparente empoderamiento de la sociedad civil, pero, a la larga, comprobaremos que será a expensas de su privacidad y libertad. Una cámara puesta en la calle, por ejemplo, podrá, al comienzo, ayudar a manejar el tránsito o dar seguridad, pero, con el tiempo, podría controlar la libertad individual de las personas, vigilándolas, espiándolas, grabándolas.

En una etapa superior de la tecnología usada para el mal, fuerzas disruptivas podrían manejarla con propósitos políticos malsanos —conocer lo que piensa la gente a través del análisis de la data que deja en redes sociales—, acceder al poder, perpetuarse, instaurar regímenes populistas y autoritarios o, incluso, llegar a algún tipo de totalitarismo tecnológico. 

Felizmente, hay también una visión optimista, indica López-Portillo, que cree que la tecnología ayudará a solucionar problemas como el hambre, la pobreza, las enfermedades, la ignorancia, el deterioro ambiental. En esta visión, el mundo alcanzará la autosuficiencia en energía renovable, fomentará el reciclaje de recursos no renovables y todos lograremos un mayor bienestar. Se crearán nuevas ocupaciones inimaginables, ingresaremos en una nueva era de abundancia y cooperación; y las capacidades biológicas, cognitivas y sensoriales de los seres humanos se expandirán exponencialmente.

Convenimos, entonces, que la máquina crea y puede desarrollar creatividad. Si esto es así, ¿qué la diferencia del ser humano?, ¿la cuestión moral o ética?, ¿los sentimientos?, ¿la búsqueda de la verdad?, ¿de la justicia?, ¿la capacidad de perdonar?, ¿de amar? No lo sé. Pero le preguntaré a Siri.



03 marzo, 2019

El esquivo camino al desarrollo


¿Cuál debe ser la ruta al desarrollo del Perú? Muchos caminos se han intentado. Algunas ideologías prevalecieron. Todas aportaron algún cambio. Un grado de mejora. Para unos más que otros, es cierto. Pero, avanzamos. En casi 200 años de República hemos tenido un esquivo camino al desarrollo. Pasamos del guano a la minería. Interrumpimos la agricultura y casi no tuvimos industria. 

Hoy el mundo ingresa de manera veloz a la Cuarta Revolución Industrial, y nos seguimos haciendo la misma pregunta: ¿qué hacer para dar el salto al desarrollo? El World Economic Forum (WEF) advirtió hace dos años que por lo menos "el 35% de las destrezas exigidas para empleos en todas las industrias cambiarán en 2020”. ¿Qué estamos haciendo frente a ello?

Estados Unidos, China, Japón y Europa avanzan hacia una alta tecnologización. Un mundo de máquinas, donde el ser humano es reemplazado y los robots compiten en costo/hora con obreros y agricultores de carne y hueso de otras latitudes, entre ellas, América Latina.

La agroexportación tiene un espacio. La agricultura de subsistencia, como la conocemos, no. En la medida que los mercados internacionales se vuelvan más competitivos y exigentes, la agricultura de subsistencia será casi de sobrevivencia. Un banano de Tumbes regado con agua contaminada no tiene mercado externo asegurado. En cambio, una uva de Piura con campos regados con tecnología del agua, dosificada y limpia, llega tranquilamente a cualquier mesa del mundo.

Pero la base no es la tecnología. Ese, más bien, es el resultado, la consecuencia del verdadero camino al desarrollo: La Educación.

Educar y fomentar habilidades especializadas y avanzadas contribuye al crecimiento económico personal, promueve la productividad y contribuye al crecimiento económico. La tarea del Estado debe ser proporcionar este tipo de educación competitiva que genere la creatividad, la autoconfianza y desarrolle las potencialidades de nuestros jóvenes.

Nuestro país invierte el 0,12% del PBI en Investigación y Desarrollo, cifra por debajo de otros países de la región. Brasil invierte el 1,28% de su PBI. Argentina el 0,53% de su PBI. Chile el 0,36% de su PBI. Y Colombia el 0,27% de su PBI.

Tenemos apenas 0,2 investigadores por cada 1.000 integrantes de la PEA, mientras que el promedio en América Latina es de 1,57. Los retos son enormes, pero tenemos que empezar ya, si queremos evitar verdaderas catástrofes sociales más adelante. Por ahora, el Estado peruano invierte 4,8% del presupuesto de Educación en becas. Colombia invierte 7% y Chile invierte el 10,3%.

Si queremos transformar la productividad de nuestro país, si queremos incentivar el talento de nuestros jóvenes, debemos empezar por triplicar el fondo para becas de estudios en universidades peruanas y en el extranjero. Ese debiera ser el mejor regalo para los jóvenes en el Perú del Bicentenario: triplicar el presupuesto de Beca 18.

El camino al desarrollo, para que no sea esquivo, debe invertir en nuestra gente, en nuestros jóvenes. El recurso humano, es el mejor capital de un país, de una Nación. Pero el mejor capital de un ser humano es su formación integral; su conocimiento, su capacidad creativa, sus valores y el coraje para asumir los retos y salir adelante.