11 marzo, 2015

Los olvidados

Siempre estuvieron allí. El crecimiento no los benefició directa ni indirectamente. Los programas sociales del Estado tampoco. Han resistido la modernidad y se han convertido en un problema permanente. Padecen de pobreza crónica. El Banco Mundial los acaba de visibilizar en un estudio presentado ayer. Les llama los olvidados” *.


En América Latina son 130 millones. En el Perú, cerca de 7 millones. Los olvidados del modelo de crecimiento que ha generado en la región al menos 150 millones de nueva clase media. Una clase media vulnerable.
Los olvidados son hijos de la desigualdad, la inequidad y la carencia. Viven principalmente en las zonas rurales, pero también se encuentran en las ciudades, donde su situación puede llegar a ser realmente extrema, casi indigente.
Salieron de sus tierras en busca de oportunidades desde la segunda mitad del siglo XX. En silencio, se rebelaron al Estado. Se adueñaron de arenales, quebradas  y cerros. Se volvieron informales. Sobrevivieron. Hasta ahora.
El pasado domingo, estuve en uno de esos lugares, un cerro de piedra en San Juan de Lurigancho. Está formado por 184 familias en extrema pobreza. Visto de manera integral, el cerro es una pirámide social de la pobreza. Las casas de la parte baja son de material noble, con ladrillos sin tarrajear y segundos pisos truncos con fierros doblados apuntando al cielo. Conforme se eleva la cota, la pobreza se acentúa.
Quince años después de que llegaron los primeros invasores, algo se ha avanzado. La pista llega hasta la ladera. Hay agua potable en pilón, energía eléctrica y escaleras municipales. Sus pobladores han transformado el cerro, aunque carecen de título de propiedad. Son posesionarios de sus predios, pero no propietarios. Han invertido todos sus ahorros en mejorar sus casas, pero no tienen un documento que respalde dicha inversión. Se adhirieron a la roca, pero, literalmente, su derecho de propiedad está en el aire. 
No son diferentes a la primera generación de sus abuelos que llegó a Lima para transformarla. Son parte de esa revolución del campo a la ciudad que ha venido ocurriendo en sucesivas oleadas y continúa.
El informe del Banco Mundial señala que para ellos no basta con aumentar el sueldo básico. Se necesita crear empleo de calidad. Y mejorar la educación. Preparar mejor el recurso humano para elevar la productividad. En condiciones de pobreza crónica, esta se torna resistente. La pobreza resiste y persiste.
Y algo que debiera encender la alarma social del Estado es la presión, la carga que ejerce la pobreza en el estado mental de los pobres y que les impide pensar y actuar en estrategias de mediano y largo plazo. El día a día consume a hombres y mujeres desgastándolos para atender otras necesidades prioritarias y salir del estado en que se encuentran. Los pobres crónicos que se ven forzados a dedicar gran parte de sus recursos mentales a resolver problemas de supervivencia, invertirán menos en la educación de sus hijos, lo que puede perpetuar la pobreza a través de las generaciones, advierte el informe.
El Estado está advertido. No todo lo puede resolver el mercado. Para los olvidados es necesario focalizar programas integrales que los ayuden a salir de la situación de sobrevivencia perpetua. No para que se queden allí para siempre, sino para graduarlos con herramientas que les permitan superar la pobreza crónica que hoy padecen.
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Artículo publicado en Diario 16 el 11 de marzo de 2015.

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