Con la banda en el pecho, ungido como Presidente de la
República, al juramentar el cargo, a Pedro Pablo Kuczynski, se le
quebró la voz.
Se emocionó.
Con ese gesto, natural, espontáneo, el presidente se
humanizó. Estalló la coraza del político inmune al sentimiento y se mostró tal
cual es; un ser humano sensible.
La psicología define la emoción como una experiencia
multidimensional. Una desincronía entre tres sistemas en equilibrio: el cognitivo/subjetivo;
el conductual/expresivo y el fisiológico/adaptativo.
La emoción es por eso un desembalse de múltiples procesos
químicos, psicológicos, sentimentales, que
afloran ante un momento intenso.
Son experiencias únicas, irrepetibles, que
conllevan una serie de pensamientos, imágenes, recuerdos, añoranza y esperanza.
Sin adentrarnos en la psicología del flamante presidente, nos
atrevemos a afirmar que su reacción emocional surge del agradecimiento y la
responsabilidad.
Gratitud, por haber alcanzado el éxito en la carrera
presidencial, en la cumbre de su vida; por el esfuerzo desplegado, lo que a su
vez motiva orgullo.
Y responsabilidad, por la tarea que tiene por delante: llegar
al bicentenario con un país más moderno, con un Estado al servicio de los
ciudadanos y sin corrupción.
En ese momento simbólico de asumir la representación nacional
y leer el juramento que lo compromete, él se siente agradecido y al mismo
tiempo entiende la responsabilidad que recae en sus hombros.
El conjunto de todos estos procesos mentales, su paso por la
vida pública y privada, el recuerdo y enseñanza de sus padres, el ejemplo que
dejará a los suyos, y la enorme responsabilidad que asume con todos los
peruanos, de todo ello, emerge la emoción en forma de nudo en la garganta.
El Presidente no lo sospecha, pero esa emoción puede gatillar
en el país un rol motivacional necesario para llevar adelante la esforzada tarea que se ha trazado: Agua
para todos, Educación de calidad, Salud sensible al ciudadano, Formalizar el
país, Construir infraestructura, y Liberar al país de la corrupción y de la
inseguridad.
Para impulsar y concretar esta tarea, además de un equipo técnico de calidad, requiere sensatez para gobernar y sentimientos para comunicar.
Un político que se emociona, no es un ser distinto. Es como
todos. Un ser humano. Y eso es lo que necesita el país. Un conductor que actúe con emoción, sensatez y sentimientos.
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