Entre los últimos días de agosto y los primeros días de setiembre del año 2000 se realizó en Brasilia, la Primera Cumbre Presidencial Sudamericana. En ese marco, el presidente anfitrión, Fernando Henrique Cardoso, presentó el “Plan de Acción para la Integración de la Infraestructura de Sudamérica”, un estudio elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Fue
el nacimiento de lo que luego se conocería como el Proyecto IIRSA, el más
grande plan para integrar el continente sudamericano a través de megaobras de
infraestructura, principalmente carreteras, puentes e hidroeléctricas, generando
12 ejes de integración y desarrollo, a lo largo de los cuales, los países
sudamericanos se integrarían de manera competitiva en el comercio mundial.
Eran
tiempos de globalización y de la participación expectante del Brasil en el
escenario mundial. No era la primera vez que el Brasil pensaba y actuaba en
grande. Su mirada geopolítica expansionista lo había llevado desde inicios del
siglo XX a versa no solo como la locomotora de esta parte del mundo, sino como
el espacio hegemónico entre los dos mares: El Atlántico y El Pacífico. Era el pensamiento de Mario Travassos, uno de los más
influyentes estrategas geopolíticos brasileños: los mares eran los espacios
decisivos de los Estados.
La
dictadura militar brasileña (1964-1985) coincidió con gobiernos militares en
casi todo Sudamérica. Esto facilitó el intercambio de estudios, proyecciones y
visiones sobre el futuro de la integración continental, siendo discutidos y
compartidos en casi todas las escuelas militares. En el Perú, uno de los que
mejor comprendió este tipo de argumentación, el de establecer una alianza
estratégica con el Brasil, fue el general Edgardo Mercado Jarrín.
Desde
la década de los setentas datan los primeros estudios serios para integrar el
continente sudamericano. Las carreteras transestatales o continentales se
remontan a estas fechas. El concepto era superar las barreras naturales que
imponía el continente sudamericano, básicamente la Cordillera de Los Andes, el
el Amazonas y la Cuenca del Orinoco. El propio Brasil era visto "desde
dentro" como un archipiélago verde que necesitaba articular su territorio,
ordenar su producción y expandir su influencia hacia el Pacífico.
El
proyecto IIRSA presentado el 2000 era la coronación del largo sueño acariciado
por el Brasil de consolidar su influencia en la región sudamericana y ser
protagonista en la escena mundial. Se buscaba dotar al territorio, de la
infraestructura necesaria para organizar la producción de materias primas que
el mundo demandaba. El financiamiento de los megaproyectos a cargo del BID le
otorgaba el certificado de garantía que se requería para llevar adelante el
ambicioso plan.
Si
los estudios eran de origen brasileño y éstos coincidían con la visión
geopolítica expansionista del gran país sudamericano, no debiera asombrarnos
que fueran las empresas públicas y privadas brasileñas las encargadas de llevar
adelante estas megaobras.
Sin
importar quién estuviera en el poder –a Fernando Henrique Cardoso lo sucede
Lula del Partido de los Trabajadores–, la visión geopolítica del Brasil se
llevó adelante bajo un esquema de alianza público-privada en el que el sector
político verde-amarello le abrió las puertas a las grandes empresas brasileñas
que iniciaron su despegue con la ejecución de este plan.
En
los puntos 37 y 38 de la declaración de la Primera Cumbre Sudamericana de
Presidentes, se lee: "Integración y desarrollo de la infraestructura
física son dos líneas de acción que se complementan. La formación del espacio
económico ampliado suramericano, que anhelan las sociedades de la región,
dependerá de la complementación y expansión de proyectos existentes y de la
identificación de otros nuevos proyectos de infraestructura de integración,
orientados por principios de sostenibilidad social y ambiental, con capacidad
de atracción de capitales extraregionales y de generación de efectos
multiplicadores intraregionales. Avances en el campo de la infraestructura, por
su parte, revertirán en nuevos impulsos para la integración, creándose así una
dinámica que debe ser incentivada. Ese escenario sería también beneficiado por
una política de inversiones con perspectiva regional y no sólo nacional. (...) Por
su volumen, la financiación de los proyectos de infraestructura de integración
deberá ser compartida por los gobiernos, por el sector privado y por las
instituciones financieras multilaterales...".
Lo
que en la práctica ocurrió fue que las empresas brasileñas empezaron a ganar
todas las licitaciones en todos los países involucrados con el proyecto IIRSA. La
corrupción trastocó lo que obedecía a un natural proceso de integración. La
empresa privada brasileña alineó sus objetivos a la tradicional visión
geopolítica de su país.
Brasil
siempre miró al continente sudamericano como su espacio vital. Hoy, este país es
una de las ocho principales economías del mundo. Forma parte de los BRICS,
países que están a un paso de ser considerados desarrollados, donde también se
encuentran Rusia, India, China y Sudáfrica. Nadie pone en duda su protagonismo
mundial. A la luz de lo que venimos conociendo, la forma en que sus principales
empresas se fueron adjudicando las obras de infraestructura más importantes de
la región, vemos que la corrupción, lamentablemente, se sumó a un plan
geopolítico mayor, que buscaba acelerar el crecimiento económico del país y
afirmar el protagonismo del Brasil en el escenario mundial.
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