La sátira, la
comedia, el chiste y la más corrosiva burla, han estado ligadas siempre a una
trinchera política. Más aún en nuestro medio. Los periódicos, pasquines y
líbelos de la etapa colonial e independentista han cargado las tintas contra el
poder.
La caricatura
expresada en imágenes o textos eran y son armas ideológicas, verdaderos arietes
de trincheras políticas de uno y otro lado. El medio usado para combatir, desde
las páginas impresas y ahora digitales, es la burla, el ridículo o el ataque feroz. Eso no ha cambiado.
A nadie debiera sorprenderle que esa vena se conserve hasta nuestros días.
La China
Tudela Loveday, forma parte de ese torrente corrosivo de la sátira peruana. Nos
gusten o no, sus comentarios no son menos urticantes que los usados por otros
autores en diversas etapas de nuestra historia.
El humor es un
estado del alma. Es inherente a la naturaleza humana. Aunque se nutre de la
realidad, el humor es ficción, creación y
re-creación.
La caricatura
por definición exagera ciertos rasgos o características de la persona, los deforma
o distorsiona para generar ese efecto hilarante, tan humano como monstruoso.
La China Tudela
puede que se haya ajado con el tiempo —hoy somos menos tolerantes a la burla en
todo sentido—, pero una cosa es negarse a consumir su producto y otra muy distinta
proponer su censura.
Lo de Rafo León es
sátira política, humor político, prueba ácida de cualquier sistema democrático. No se denigra a la persona, sino a lo que representa, en este caso, al político.
La China Tudela es la expresión y encarnación exagerada de frivolidad y comportamiento disforzado,
que difícilmente encontraremos hoy en algún grupo social, yo sé que tú me
entiendes.
A través de sus
creaciones de ficción, el autor encarna un personaje para actuar como la
conciencia crítica de la sociedad ante la clase política, especialmente de los
que detentan el poder.
No es una
postura neutra. Todo lo contrario. Se acomoda en una trinchera política
absolutamente personal, por lo que la sátira —al igual que la caricatura o la
ilustración política—, como género periodístico, se encuentra dentro del rubro
opinión.
Así como lo
grotesco se combina con el ingenio para crear la caricatura, lo mordaz e irreverente se
mezcla con lo político para crear la sátira política.
La sátira
buscará siempre criticar, censurar, ridiculizar a personas, instituciones o
situaciones por la función que cumplen, empleando recursos que van desde la risa a la burla y hasta la
indignación.
La mejor receta
para que los políticos estén vacunados contra la sátira es no tomársela en
serio. Censurar un texto de ficción o un dibujito, como señala Caretas, es no
solo no tener correa, sino exagerar temerariamente la nota hasta pedir la
censura no solo del autor, sino del medio.
Respirar
profundo y tranquilidad. Situaciones humorísticas, alucinantes,
espeluznantes o exasperaciones expresivas habrá siempre. La burla, la mofa, supone desprecio. Por eso, la mordacidad corroe y el sarcasmo desespera.
Los tiempos, es
cierto, han cambiado, pero el espíritu burlesco del satiricón nos seguirá
zumbando hasta el fin de los días. ¿La China Tudela te irrita, no te gusta?... ¡No la leas!
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