08 octubre, 2018

El triunfo de Muñoz


En varios sentidos, la elección de Jorge Muñoz ha sido atípica. Para empezar, no fue el candidato de los medios, como se le pretendió etiquetar.

Durante años, el joven Reggiardo ha tenido un programa de televisión en horario de fin de semana que le dio reconocimiento, el primer paso para ingresar con buen pie a la política. El candidato Velarde fue el primero en arrancar la campaña con una fuerte pauta publicitaria en radio, con inicio de intriga y todo: “¿Conoces a Velarde?”. Urresti y Belmont, en su momento, acapararon la atención de los medios apelando a su histrionismo y frases controversiales que enganchan con el ritmo farandulero que muchas veces le pone la prensa a la política. La candidata Capuñay es propietaria de una de las cinco familias dueñas de la radio en el Perú. Y el candidato Gagó debe haber gastado una fortuna difundiendo hasta el final sus spots en radios segmentados por audiencia. En el tema mediático, la verdad es que hasta antes del debate electoral, los medios no consideraban a Muñoz en su agenda del día. El candidato recorría barrios y mercados sin prensa. Su llegada a la Alcaldía de Lima ha ocurrido sin colocar un solo spot en televisión. Recién después del debate, los medios repararon en él.

En el papel, sin embargo, Muñoz era el candidato ideal. Toda su vida, casi, la había dedicado al servicio público municipal. Había sido regidor distrital tres veces, gerente municipal y alcalde de Miraflores dos veces. En todos esos años de gestión pública, no tuvo problemas de corrupción graves ni procesos judiciales que empañaran su gestión. Sus credenciales estaban, como se dice, limpias. Más aún cuando se le comparaba con sus contendores. No tenía un problema de gestión, ni de eficiancia, ni de corrupción, sino de reconocimiento. La gente lo conocía muy poco y en los cerros —como le empezaron a restregar en la última semana de campaña—, casi nada o nada.

Muñoz no fue el mal menor, como equivocadamente piensan algunos. Es el resultado del voto de los jóvenes, hoy mejor comunicados y más exigentes al momento de decidir. Fue el candidato de las redes sociales, las cuales actuaron como el mejor “boca a boca”, para difundir la percepción positiva del candidato. Las redes son, en este aspecto, la “radio bemba” de antes. Amplifican el mensaje y las percepciones; utilizando el humor político — su majestad, el meme— como un ariete de comunicación para hacer “micropolítica” en redes.

Muñoz empezó a ganar el día que Reggiardo decidió no ir al debate. La suerte había decidido que Reggiardo debata con Muñoz. Pero, quizás le recomendaron a Reggiardo no hacerlo porque lo mejor era cuidar el primer lugar. Ese día Muñoz se empoderó del taburete y de la pantalla de televisión. Tuvo la oportunidad de que lo conozcan. Se mostró  solvente técnicamente. Los periodistas y comentaristas reconocieron su destreza expositiva. Mientras Muñoz se consolidaba Belmont se desmoronaba con una participación en modo Vintage. Urresti también destacó con su hablar directo, descarnado y estilo de faite de barrio, que le gusta a mucha gente. Pero 48 horas antes del silencio electoral, le leyeron su sentencia en el Caso Bustios y cundió el pánico. Quedó desnudo frente a Muñoz. Entonces, su candidatura se pasmó y empezó a caer vertiginosamente.

Muñoz ganó por una alineación de astros. Un conjunto de hechos que se sucedieron en armoniosa conjunción y que explican su triunfo electoral. Fue el resultado del voto reflexivo, pensante. La elección del mejor. No del mal menor. El candidato sintonizó con la gente. Su actuar pausado, sereno, comunicó experiencia y tranquilidad. Su estrategia se centró en comunicar sus propuestas y no en atacar a sus adversarios.

El triunfo de Muñoz reivindica la política y los partidos políticos. A diferencia de los líderes que buscan construir movimientos propios para participar en política, él decidió apostar por la institucionalidad e inscribirse en Acción Popular. Su propuesta de hacer un gobierno centrado en la gente conlleva también una enorme responsabilidad: no defraudar la confianza ciudadana, algo también atípico en los políticos.


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