17 febrero, 2019

El primer año de Chanita

Los recuerdos no solo viven en nuestra memoria. Quedan también atrapados en viejas fotografías, decoloradas, sepias, en una lucha permanente contra el olvido y el tiempo. 

A veces, abandonamos esas viejas fotos en un álbum, o en una caja de zapatos, hasta que volvemos a ellas y la vida y sus pasajes reaparecen y todo se ve nítidamente… como aquel día. 

Una de esas fotografías llegó a mis manos hace unos días. Por más de cuarenta años la conserva la familia Condori, forma parte de sus recuerdos, de su vida, la celebración del primer añito de Chanita, su hija única.

Al verla, mi memoria ha recuperado el color de esos años. El efecto ha sido instantáneo. La casa estaba pintada de un verde suave, por fuera, y de gris blanco por dentro. Un mantel blanco de tela y encima otro de plástico con adornos celestes, ¿o guindas?, cubren la mesa, y la señora Condori, en un elegante vestido y un pienado bombé, sostiene a Chanita que luce su traje rosado con pechera blanca y corona dorada de reina. 

Todos los demás niños lucimos una paleta del arcoiris en nuestras ropas, modestas, pero decentes. Eran tiempos en que los señores grandes formaban las parejas y nos hacían bailar: cumbias colombianas, peruanas, las primeras piezas de rock. Los niños nos preocupábamos de las golosinas, de hurgar los bolsillos y asegurar el trompo o las canicas, pero, las niñas, por una razón que no comprendíamos, se preocupaban más en no desarreglarse y en mantener una postura de grupo; comportándose como unas auténticas pequeñas señoritas.  

El baile era el momento del lucimiento personal. Los más deshinibidos hacían piruetas, remolinos, movidas de hombro, tembladeras de piernas a lo Elvis. La mayoría solo repetía mecánicamente un par de pasos y movimientos y los más tímidos esperaban que termine cuanto antes las canciones para volverse a pegar a la mesa y seguir comiendo golosinas.

El señor Condori bailaba al centro con su hija. La señora Condori miraba con orgullo la escena. Y yo, no sé por qué razón, miraba todo. El señor Condori bailando alegre con Chanita en brazos, la señora Condori aplaudiendo y sonriendo con su diente de oro que brillaba, los niños entretenidos en juegos de soldados y carreras de autos imaginarias, las niñas murmurando en grupo, sin despeinarse, y la mesa llena de gelatinas, mazamorras moradas, chizitos, galletas de chocolate, gasesosas y canchita Pop Corn recién salida del horno.

Eran tiempos de inocencia infantil, pero también de los primeros latidos diferentes del corazón. Las primeras palpitaciones desacompasadas y la imaginación desbordada. El baile era una excusa para tener un momento a solas, una mirada directa, una mueca de sonrisa por cumplido. 

Hasta que llegó el momento de las fotos. Chanita, la reina, al centro. Primero la familia. Luego los amiguitos. Todos. Foto por aquí. Una más allá. A ver, Chanita, Chanita, linda, una sonrisita. Así reinita, así. Flash. Niño, métete más, no vas a salir; a ver, todos, digan chisssss. Flash. 

— Oe, te puso un conejito, jajajajaja, te puso un conejito.
— ¿A quién, a quién?, ¿cuenta, pe?
— ¿Quién, yo?

Definitivamente, los recuerdos viven en nuestras memorias. Y los niños que llevamos dentro, también.

No hay comentarios.: