18 abril, 2019

La Historia lo juzgará


Entre la humillación de la cárcel y el fin de su vida, Alan García eligió su destino. Antes que verse acusado por la justicia, entregó lo más preciado que tiene el ser humano. Ante la disyuntiva de perder la libertad o la vida, decidió hacer justicia por mano propia. Con los agentes esperándolo en la sala de su casa para detenerlo, se encerró en su dormitorio, tomó su arma y se disparó un balazo en la sien.

La vida es solo un entrenamiento para la muerte, sostenía Platón. Una manera de resumir el sentido de vivir. Una pugna entre la pasión y la virtud; entre lo banal y el conocimiento. Entre la ética y lo inmoral. 

Si esto es así para el común de los mortales, qué es la vida para los políticos. Un entrenamiento para la Historia. O debiera serlo, en todo caso. Una oportunidad para dominar los caballos alados de Fedro y elevar el carro sin perder el equilibrio de conducirlos con mano firme.  

¿Dónde se ubica la política? En ambos mundos. En la luz y en la oscuridad. En la teoría y la práxis. En el mundo de las ideas, pero también en el de las pasiones, en la dura, pragmática, realidad. En la ética y su permanente lucha de contrarios.

La decisión de García no fue un acto desesperado. Ni cobarde. Fue un acto político. Razonado. Quizás algo alterado por el desequilibrio emocional del momento. Pero, de todas maneras, una circunstancia pensada que requiere valor para convertirla en una decisión final. 

Cuando eres político y libre de culpas la cárcel no es un castigo, sino una pascana en el camino. El acto de terminar con su vida no lo vuelve inocente. Ni lo exime de los errores o delitos cometidos. La muerte no lo redime. Pero no se puede negar que la muerte por honor, aún cuando sea por temor,  acorralado por la justicia, otorga dignidad a la política. 

Entre la Justicia o la Historia, Alan prefirió el juicio de la Historia. La muerte así meditada, no es un acto de locura, sino de razón pura, mirando no lo efímero y cotidiano, sino lo trascendente y permanente. Ahora, ya no serán solo los hombres, sino la Historia, la que finalmente lo juzgue.

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ACTUALIZACIÓN

(Viernes, 19 de abril de 2019) En el segundo día del velatorio de Alan García, en local central del Partido Aprista, una de sus hijas, Luciana García Nores, leyó una carta que el padre dejó a sus hijos. Con este documento, se esclarece que la decisión fatal del expresidente fue un acto pensado y planificado; el último acto político de un hombre político. "... le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo. Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse".

Carta de Alan García


“Cumplí la misión de conducir el aprismo al poder en dos ocasiones e impulsamos otra vez su fuerza social. Creo que esa fue la misión de mi existencia, teniendo raíces en la sangre de ese movimiento.
Por eso y por los contratiempos del poder, nuestros adversarios optaron por la estrategia de criminalizarme durante más de treinta años. Pero jamás encontraron nada y los derroté nuevamente, porque nunca encontrarán más que sus especulaciones y frustraciones.
En estos tiempos de rumores y odios repetidos que las mayorías creen verdad, he visto cómo se utilizan los procedimientos para humillar, vejar y no para encontrar verdades.
Por muchos años me situé por sobre los insultos, me defendí y el homenaje de mis enemigos era argumentar que Alan García era suficientemente inteligente como para que ellos no pudieran probar sus calumnias.
No hubo ni habrá cuentas, ni sobornos, ni riqueza. La historia tiene más valor que cualquier riqueza material. Nunca podrá haber precio suficiente para quebrar mi orgullo de aprista y de peruano. Por eso repetí: otros se venden, yo no.
Cumplido mi deber en mi política y en las obras hechas en favor de pueblo, alcanzadas las metas que otros países o gobiernos no han logrado, no tengo por qué aceptar vejámenes. He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos.
Por eso, le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo. Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse.
Que Dios, al que voy con dignidad, proteja a los de buen corazón y a los más humildes”.


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