11 agosto, 2019

La democracia contemplativa

En su acepción filosófica la contemplación es una forma de entender la vida y de encontrar la verdad. La vida activa, dijo Aristóteles, está referida a los negocios, a la guerra y al hombre; la vida contemplativa, en cambio, se relaciona con la relflexión, la paz y los asuntos divinos. En religión, la contemplación -decía Santo Tomás- es un estado de gracia en búsqueda de la verdad y el amor a Dios. En política, en cambio, la contemplación tiene una doble acepción. En el campo teórico es necesaria para promover la reflexión, el entendimiento, el conocimiento profundo de las relaciones humanas y el poder. Pero, en el pedestre acto de gobernar, corre el riesgo de convertirse en una burbuja que obnubila al gobernante, paraliza la toma de decisiones, genera el desconcierto y no deja que se organicen ni fluyan las ideas, ni el sentido de la la ley y el orden. Desaparece hasta el respeto.

Cuando un país llega a ese nivel de actitud contemplativa en democracia, es posible entender cómo la representación teatral del fusilamiento del Presidente de la República en la Plaza de Armas de Arequipa, pasa como un acto legítimo de protesta, sin que la fiscalía actúe de oficio denunciando a los instigadores por apología a la violencia. O que un grupo de gobernadores y alcaldes logren hacer  retroceder al gobierno en su postura -correcta- de otorgar licencia de construcción a una empresa privada para promover la minería. O que hasta el momento nadie sepa qué pasará en el Congreso de la República con el proyecto presentado por el ejecutivo para recortar el mandato y adelantar las elecciones generales, sintiendo que lo más probable sea que nada ocurra y nadie se espante por ello. Es decir, que el proyecto sea rechazado sin que nadie tenga claro el derrotero político de los próximos meses y nos quedemos todos con la sensación de que en este país lo único cierto es que no hay certeza de nada.

En la democracia contemplativa predomina la inacción del gobierno a la acción eficiente del Estado; el inmovilismo legal ante la arremetida delictiva de los caóticos y violentos; el retroceso y el miedo frente a la decisión asumida; el espíritu claudicante y mediocre ante el ánimo constructivo y la energía de la autoridad. Si contemplar es reflexionar, mirar de lejos, para tener perspectiva de las cosas, en política es tomar distancia, sin alejarte de la realidad pensando que los problemas no se resuelven o se resuelven por sí solos. En filosofía y religión, la contemplación va en búsqueda de la verdad; requiere un espíritu altruista y limpio para encontrar la conexión divina. Es de puertas hacia adentro. En política hay que ser realistas, analizar bien antes de hacer y/o anunciar las cosas, tomar la decisión y empuñar firme el mando de la nave cuando la tormenta arrecia. Es una facultad humana que requiere menos estado de gracia y, ciertemente, más coraje y decisión. Es de puertas hacia afuera. Un extraño hechizo se apodera de la democracia cuando ingresa a ese sopor parecido al estado de gracia de la filosofía, de contemplarlo todo -con asombro- y no actuar nada. 


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