29 noviembre, 2020

Azul inmenso


Recuerdo perfectamente el día en que decidí ser de Alianza Lima.

No fue la historia, ni la racha del equipo, ni las jugadas que no había visto, ni entendía mucho. Fue un impacto cromático. Una predilección por el azul. El rebote de luz que me devolvió una fotografía a color, en una vieja revista. Pantalón y medias azules con filos blancos y camiseta de rayas anchas verticales en la misma combinación. La insignia, un retazo cortado del pecho y sus tres coronas imperiales extraídas del escudo de Lima; perfecta. Tenía seis o siete años. 

 

Todos los fines de semana el interior Nº 5 de mis tíos Fernando y Asunción, donde por entonces vivía, se inundaba con las voces de Alfonso “Pocho” Rospigliosi, Mario Grau, Miguel Portanova y otros, a través de Radio Ovación, "un Perú en sintonía", que narraban y comentaban los partidos de fútbol. No teníamos televisor antes de los setenta, así que todo giraba alrededor de la desvencijada radio JVC Nivico, con pilas National o Rayo-Vac, sujetadas por fuera con una liga como si fueran sus propias vísceras.

 

Mi tío y sus amigos se reunían en la puerta de la casa a jugar cartas, mientras mi tía preparaba algunos piqueos. La JVC se colocaba en el alfeizar de la ventana desde donde todos escuchábamos las incidencias de los encuentros. A veces los jugadores mi tío y sus amigos paraban sus partidas de cartas, cuando la narración se hacía emotiva e intensa. Los más chicos revoloteábamos alrededor, o jugábamos a las bolitas teniendo siempre una línea de vista con los adultos. No era muy aficionado al fútbol, la verdad. Por entonces, ya había descubierto, en la ruma de periódicos viejos, las tiras cómicas, los pupiletras y las noticias de ovnis que me interesaban más.

 

Mi tío, como buen arequipeño, era fanático del Melgar Fútbol Club, aunque ninguno de mis primos siguió sus gustos. El mayor, José, era del Cristal; el que le seguía, Lucho, del Aurich de Trujillo, y Manuel, mi contemporáneo, creo que de la U. Yo no tenía un equipo aún, por eso, cada vez que mi tío Fernando me preguntaba, le decía: “No sé, estoy pensando, tío”. 

 

—¿Por qué eres hincha del Melgar?— le preguntaba yo, tratando de encontrar una razón. 

—Porque es de mi tierra, Arequipa— respondía. 

 

Su respuesta me llevaba al Callao. Allí nací, aunque nunca viví. Los dos equipos que por entonces estaban en la primera división eran el Sport Boys y el Deportivo Chalaco. Nada me unía a ellos. 

 

Entonces, comencé seriamente a observar los equipos y a interesarme un poco más en su historia, los resultados y los jugadores. En los partidos más interesantes, entraba a la casa de la vecina —doña Julia—, que abría su sala y nos dejaba ver los partidos y algunas seriales por 5 centavos. En los entretiempos preparaba canchita popcorn y nos regalaba la primera porción. 

 

En blanco y negro vi que la pelota podía dibujar trazos armónicos; triángulos, cuadrados, rombos, si era bien tratada por los jugadores. Pitín Zegarra, Cubillas, Sotil, Cueto, Velásquez, eran en ocasiones verdaderos artistas. Zumbaban gambetas endiabladas, tocaban e hilaban fino, hacían acrobacias y melismas que salían del poeta de la zurda, bailes, despuntes; el fútbol era por momentos un canto coral armónico y bello que llegaba al clímax con el gol. 

 

Y, cómo no, también había sufrimiento, un eterno sufrimiento, tan peruano y tan propio. 

 

Me concentré, entonces, en las vestimentas. En la vieja revista a color aparecían todos los equipos. La crema de la “U” me pareció una camiseta desteñida, sin vida, que se ensuciaba rápido. La celeste del Cristal, muy pálida en comparación con la uruguaya, y con un filo blanco que le disminuía aún más el color. La blanquiazul, en cambio, me pareció de un equilibrio perfecto. Un azul marino, inmenso, libre, cósmico, épico, que llevaba al mar y al mismo tiempo al cielo, sin fronteras. El blanco puro como el alma blanca. 

 

El azul ha sido siempre mi color favorito. Y fue cómo decidí mi equipo. Nadie me lo recomendó. No seguí a nadie. Lo descubrí. Empató con mis sentidos. Ahora lo sé. Fue el color. La armonía del color. Como diría Rubén Darío; azul, “el color del ensueño, del arte, un color homérico y oceánico”. Azul intenso. Inmenso. Azul sentimiento. Azul hoy, mañana y siempre.



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