24 febrero, 2018

Ni pulpines, ni esclavos

Ya basta con la política del cholo barato. Peor aún, la idea del cholo gratis. La formación laboral como política de Estado no debe vulnerar el principio básico del ciudadano consagrado en la Constitución: todo trabajo debe ser remunerado.
El trabajo dignifica. La explotación, no. Los jóvenes han reaccionado rechazando el proyecto del Congreso, camuflado con el título subrepticio de: “Experiencias formativas en situaciones reales de trabajo”, por una razón: están hartos de que los vean como pulpines.
¿Quién debe formar al joven aprendiz? ¿El Estado o la empresa privada? El primero no puede hacerlo y el segundo quiere hacerlo gratis. No hay acuerdo. En lo que sí parecen concordar Estado y empresa privada es en que sea el alumno quién pague su formación laboral. ¡No pues! Ya basta con los odontólogos que  para sus prácticas deben buscar ellos mismos sus clientes... ¡a quienes le pagan todo el tratamiento!
El razonamiento de la empresa es simple. El aprendiz no sabe nada, ¿por qué le voy a pagar si no me produce nada? El Estado se lava las manos. Si paga por sus créditos, entonces que pague por su formación en la empresa.
Algo no funciona bien en una sociedad así. Los empresarios se han olvidado de experiencias exitosas en que se metieron la mano al bolsillo y crearon modelos de institutos técnicos que necesitaban y que el sistema educativo no proveía. Así nació el SENATI promovido por la Sociedad Nacional de Industrias. O el SENCICO, auspiciado por empresas de la construcción, o CENFOTUR dependiente del sector turismo.
Debiéramos mirar a Alemania y su Sistema Dual de formación técnica, una  combinación de enseñanza teórica en las aulas y práctica en las empresas que permite el ingreso de  los jóvenes al mercado formal de trabajo.

El joven aprendiz define qué carrera técnica quiere estudiar y las empresas que ofrecen este servicio lo acogen (lo emplean). El Estado alemán supervisa que esa empresa cumpla los requisitos de formación práctica necesaria, lo cual incluye un tutor o maestro que guía el aprendizaje del alumno.

El proceso de formación es, por supuesto, pagado y respaldado por un contrato de trabajo y seguridad social. Más de la mitad de los jóvenes alemanes han pasado por esta experiencia. La fuerza del crecimiento económico alemán está en estas carreras de mando medio; no en sus universidades. 

El joven aprendiz pasa la mitad de su tiempo estudiando en las aulas y la otra mitad de la semana en la empresa, en manos de su tutor, aprendiendo, trabajando, produciendo. Su sueldo promedio —dependiendo de la carrera—, se ubica en 750 euros. Aquí una tabla del sueldo de 20 carreras técnicas.



Al terminar su formación —que pueden ser dos o tres años, dependiendo de su aprendizaje y destreza—, el Estado alemán le extiende un título a nombre de la nación y el alumno-trabajador queda libre de ofrecer sus servicios a quien lo requiera.

Para eso necesitamos al Estado. Para que regule, norme, supervise, fiscalice. Y también se necesita la empresa privada, para que capacite, instruya, forme, al trabajador. Pero no puede pretender hacerlo gratis. El recurso humano es el capital más valioso de una nación. No hay derecho a que los tratemos como infra-ciudadanos. Ni pulpines, ni esclavos. Trabajador aprendiz. La fuerza del país, hoy desprotegida en la informalidad.


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