22 abril, 2018

Corrupción: de la palabra a la acción




La corrupción, como un pulpo que lo envuelve todo, ha vuelto a babear en la sociedad peruana. Según una reciente encuesta nacional urbano-rural de Ipsos, 57% de los compatriotas considera la corrupción como el principal problema del país; por encima incluso que la delincuencia y la falta de seguridad.

Esto no ocurría desde el segundo gobierno de Alan García, el 2010.

Ya el Barómetro de Las Américas señalaba que la corrupción le pisaba los talones a la inseguridad ciudadana como el principal problema de la región. En ese mismo sondeo regional, 33% considera que todos los políticos están implicados en corrupción, mientras el 44% cree que más de la mitad lo está.

Es la factura Odebrecht, sin duda. Gracias a ella, la corrupción es hoy en América Latina una amenaza transnacional, lo mismo que el narcotráfico y el terrorismo. Atraviesa todos los Estados, todas las instituciones, derribando las bases mismas de la Democracia.

La corrupción desestimula la inversión privada, retarda el crecimiento e inhibe los esfuerzos para la reducción de la pobreza. Los líderes políticos que fueron elegidos para tomar decisiones en nombre del pueblo, pero que, en cambio, roban millones de dólares, enferman el alma de la gente.

La falta de confianza en el gobierno deviene entonces en inestabilidad política y ésta en inestabilidad económica, lo que acrecienta la falta de confianza de los inversionistas. Según el Banco Mundial, la corrupción es causante de al menos 1,500 millones de dólares en sobornos cada año. Este mismo organismo considera que el costo de la corrupción a nivel mundial es del 2% del PBI nacional y en nuestro país, la Defensoría del Pueblo, calcula esta cifra en 10%.

Ojalá ese dinero se invirtiera en educación, innovación, becas. Crearíamos mejores estudiantes con capacidad para tener mejores oportunidades en la vida. Sociedades más incluyentes, menos complacientes con la corrupción, crean mayor participación de los jóvenes en sistemas de educación de calidad y en empleo productivo.

Necesitamos una Educación que fomente habilidades y capacidades que se adapte a los avances tecnológicos, buscando un equilibrio entre las habilidades cognitivas y las socio-emocionales. Pero también necesitamos un replanteo moral. La Educación es la herramienta más poderosa para ese cambio. Es la que forma el capital humano calificado; condición indispensable para el desarrollo.

Esperemos la presentación del gabinete Villanueva ante el Congreso de la República. El Plan Nacional de Integridad y Lucha contra la Corrupción 2018-2021, debe no solo conocerse, sino aplicarse en todos los estamentos de gobierno. 

El presidente Vizcarra tiene la gran oportunidad de hacer realidad el Compromiso de Lima, “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”, firmado recientemente en la VIII Cumbre de las Américas. Y dejar una impronta en su gobierno: reducir el índice de percepción de la corrupción, combatiéndola frontal y diligentemente, apuntando no a los tentáculos, sino a la cabeza del corrupto y viscoso octopus.





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