23 septiembre, 2018

Nace un caudillo


Sin partido político, habiendo llegado casi por accidente al poder, sin bancada para gobernar, el presidente Vizcarra ha logrado reposicionarse y pasar de un político endeble, acosado por la fuerza mayoritaria del Congreso, a un hombre con iniciativa política que se plantó en el terreno, marcó la cancha e impuso su juego.

En apenas tres meses el presidente Vizcarra cambió la agenda política y consolidó la  imagen más que de un político, de un caudillo; un líder con apoyo en las masas populares, antes que en las instituciones.

Para llegar a este punto, el hoy presidente —que goza de una popularidad de 52%, según JFK—, repitió una experiencia que ya había tenido cuando ejerció la representación del Colegio de Ingenieros de su pueblo natal, Moquegua.

El 2008, en medio de un conflicto entre el gobierno central y el pueblo de Moquegua, por la distribución del canon y regalías mineras, el entonces líder del Colegio de Ingenieros regional, se puso del lado de la gente. Fue la primera vez que Vizcarra tomó el micrófono ante una multitud de 15 mil personas. Apenas dos años antes había intentado ser alcalde de Moquegua, pero perdió.

A partir de un reclamo justo, en el momento indicado, frente al fracaso de la representación política, Vizcarra optó por defender la postura de la ciudadanía que reclamaba la administración independiente entre Tacna y Moquegua de los ingresos por canon y regalías.

“Debemos aprender de esta experiencia. De lo positivo y de lo negativo”, dijo en esa oportunidad. El perfil de ingeniero se transformó en el de un negociador dirigencial y de éste pasó al de un representante de los intereses de la mayoría. Dos años después del Moqueguazo fue elegido presidente regional.

Su transformación en Palacio de Gobierno ha tenido un tránsito parecido. Ante la aparición de los audios de la corrupción y la percepción —aparente o real— de que el Congreso no reaccionaba con celeridad para poner fin a esta situación, —lo que generó que la calle se caliente—, Vizcarra nuevamente optó por ponerse del lado de la gente y convocar el referéndum.

Entre el Congreso que lo bloqueaba y la gente que reclamaba acción, Vizcarra optó por la calle. Para un hombre sin partido político, es sintomático el número de movilizaciones en diversos puntos del país, organizadas la víspera de la votación de la cuestión de confianza, que salieron a corear su nombre.

Hoy, el presidente viaja por todo el país llevando un solo mensaje: lucha contra la corrupción y referéndum. El Congreso no puede ya retroceder en este tema. Hacerlo sería una burla que levantaría a la ciudadanía. En Moquegua, en los tiempos del levantamiento, y aún después, Vizcarra hizo lo mismo. Se paseaba por todos los medios con un solo mensaje: le explicaba a la gente que el problema de Moquegua era la ineficacia y la insensibilidad de las autoridades de Lima. Simple y sencillo, como ahora.

¿Es un caudillo el presidente Vizcarra? Está camino a serlo, en todo caso. Pero no se crea que es el típico caudillo latinoamericano populista, violador de los derechos humanos, cercenador de las libertad de expresión, que se apoya en las Fuerzas Armadas o en una popularidad carismática, para esquilmar la caja pública y/o desaparecer o perseguir a sus antecesores a punta de controlar la Policía, el Ministerio Público o el Poder Judicial.

No. Vizcarra no es Chávez ni Maduro. Puede ser el primer líder caudillista que en lugar de eso solo pretenda terminar el gobierno, recuperar el crecimiento, mejorar la administración, impartir justicia y, eso sí, dejar sentada las bases para un retorno más adelante. ¿Se lo permitirán? 


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