24 julio, 2021

Somos libres, recordémoslo siempre

Es una experiencia fascinante asistir a un espectáculo de teatro al aire libre. Más aún si los actores dialogan en clave entre la historia pasada y presente, y presentan el desarrollo de la independencia del Perú, no tanto desde el punto de vista de los protagonistas, sino de su impacto en hombres y mujeres de carne y hueso de la época.


Es lo que hace Eduardo Adrianzén en su obra “Somos libres”. Es como volver a los orígenes de la representación escénica, sin más techo que el propio cielo y con actores anclados en el diálogo y la narrativa, antes que, en la escenografía, las luces o los efectos técnicos. 


En este teatro minimalista y de pandemia, el autor nos presenta un mosaico vivencial de lo que pudo ser la vida en aquel tumultuoso 1821 a la llegada a Lima del general San Martín y su ejército libertador. 


Una pareja aristocrática arribista y sin más bandera que su propio interés, una vendedora mestiza que no cree ni en el virreinato ni en la nueva patria, sino en su trabajo diario que le da de comer, una esclava negra que espera con ansias su propia libertad, un criollo tan deslenguado como desorientado, y un soldado mulato que construirá su propio destino al lado de la mestiza vendedora.


San Martín y Monteagudo encarnan no solo el poder, sino los extraños vericuetos que tiene este de manifestarse. Los sueños monárquicos y humanistas del primero serán explicitados con el razonamiento agudo del segundo, que define a la sociedad peruana como incapaz de gobernarse a sí misma. Monteagudo es la línea oscura del poder que con diversos rostros aparecerá en diversos momentos de la república. 


El miedo es un sentimiento que se apodera de Lima ante la llegada del libertador. No solo por la fuerza que representan —soldados armados con ganas de expropiar todo y expulsar a los españoles— sino, además, porque "la mayoría son negros". Para cubrirse, los residentes de la capital colocarán en sus casas banderas extranjeras de todos los países, camuflando sus intereses y sentimientos. 


En resumidas cuentas, la obra nos dice que la independencia no significó lo mismo para todos, sino algo propio, diferente, dependiendo del lugar que cada uno ocupe en la sociedad.


La pareja aristocrática se acomodó muy rápido a los nuevos vientos, y de enemiga acérrima del libertador pasó a ser su servil aduladora. La esclava negra no obtuvo su libertad, aunque sí su descendencia nacida a partir de la instauración de la república. El blanco holgazán obtuvo un puesto en la nueva burocracia estatal solo por ser criollo, mientras que el soldado mulato y la mestiza tienen un destino no explícito que se proyecta en el tiempo y que puede resumirse como que siguen dependiendo de su propio esfuerzo para salir adelante.


En donde sí todas las clases sociales se unen, por un momento, sin distinción de tipo alguno, incluso entre gobernantes y gobernados, es en el canto coral que cierra la obra: la conquista de la libertad. ¿Qué celebraron los peruanos de 1821? ¿Y qué celebramos los peruanos de hoy? Sin duda patria, independencia y libertad fueron sinónimos en ese momento. ¿Lo serán también hoy? En esto no somos tan diferentes a nuestros antepasados. Y, como enseña la obra, dependerá del lugar que ocupemos en la sociedad. Para algunos la patria, la independencia y la libertad siguen siendo el día a día. Eso sí, somos libres, recordémoslo siempre.



 

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