16 marzo, 2014

Cómo salir de la crisis y no morir en el intento


Una salida negociada a la crisis entre el gobierno y las fuerzas de oposición tiene varias formas de encararse. Depende de estilos, del terreno en que se escoja plantear la negociación, pero, principalmente, del nivel de desgaste que perciba el gobierno de si mismo.

Una primera la de siempre, la de toda la vida, es la menos elegante, pero, no por eso, menos efectiva: negociar a puertas cerradas cuotas de poder. 

No necesariamente tiene que ser espacios en el gabinete. Se puede hacer, como el planteado gobierno nacional o de ancha base, pero esto solo será posible si el gobierno llega a la conclusión que la viabilidad del régimen está en juego.

A juzgar por las características archipelágicas de la oposición actual en el Congreso –cacicazgos de pobre nivel, angurrientos por ganar alguna prebenda–, lo que parece viable más bien es conceder pequeñas cuotas de poder: espacios de administración regional, obras públicas a nivel provincial, distrital o simples puestos públicos.

Esta tarea es desgastante, uno a uno, y requiere de operadores políticos entrenados para negociar en esos términos, más parecido a tener tratos con sindicatos de camarillas que alcanzar acuerdos con políticos con visión de Estado.

Una segunda manera de lograr fórmulas de entendimiento con la oposición es entrar por el lado de la agenda consensuada. Por este camino lo principal no es ceder espacios grandes o pequeños de poder, sino arribar, estructurar y comprometer una agenda pública que recoja algunas de las demandas de la oposición. Las más importantes, las más sensibles.

A diferencia de la primera vía –siempre cerrada– esta puede negociarse de manera pública, si lo que se busca –además de evidenciar capacidad de arribar a fórmulas de consenso en pro de la gobernabilidad–, es también mostrar ante la población voluntad de diálogo y compromiso que puedan ser capitalizados más adelante, en caso que la oposición se muestre intransigente.

Siempre habrá formulas mixtas que combinen pequeñas prebendas con grandes compromisos de Estado, pero eso es algo que solo depende de la calidad de los políticos que asumen las negociaciones.

Pero qué pasa si, después de todo, el gobierno no decide ni lo uno ni lo otro; es decir, no cede poder y no construye una agenda de trabajo. Bueno, se aplica la ley. Los artículos 133 y 134 de la Constitución lo reseñan muy bien.

Si el gobierno insiste en mantener su gabinete tal como está y no cede a alguno de los planteamientos de la oposición (precisar rol de la Primera Dama, anular el aumento de sueldos a ministros, debatir un aumento de la RMV, cambiar la política exterior del Perú sobre Venezuela), entonces el curso de colisión es inminente.

Por supuesto, el gobierno puede adelantarse a todos y plantear públicamente los términos por los que considera que su gabinete debe obtener la confianza del Congreso. Es decir, anunciar antes de la reunión del Congreso, una agenda mínima de cambios y compromisos, previamente acordados.

Todo es posible en el reino de la política. Incluso persistir en el error. Mañana lunes, tras la votación del Congreso, sabremos qué mecanismos utilizó el gobierno para remontar esta crisis. Por sus votos, los conocereis.

No hay comentarios.: