12 septiembre, 2020

Horas oscuras


En Darkest Hour, la película que recrea la asunción al poder de Winston Churchill en los días que Hitler invadía Europa —interpretada de forma magnífica por Gary Oldman—hay una escena que recrea el absoluto aislamiento en el que muchas veces viven los políticos. Una burbuja que los encierra en su castillo de cristal y los aleja de lo que piensa y siente el real soberano: la calle.

Siguiendo el consejo del Rey —quien le recomienda escuchar al pueblo antes de tomar una decisión—, Churchill se escabulle de la cápsula oficial en la que viajaba rumbo al Parlamento para decidir si negociaba la paz con Hitler, como le recomendaban sus opositores, o si iba a la guerra.

 

El jefe de gobierno desaparece en el subterráneo, donde se encuentra con ciudadanos birtánicos de a pie, sorprendidos de ver al hombre más poderoso de Inglaterra, después del rey, viajar en servicio público. 

 

Luego de romper el hielo pidiendo fósforos para encender su puro, el viejo político pregunta a los pasajeros qué harían si las tropas invasoras cruzaran el Canal de la Mancha y se apoderaran de la isla. ¿Estarían dispuestos a que su gobierno firme un acuerdo con el enemigo o pelearían y defenderían la tierra? 

 

La respuesta de los ciudadanos, incluída una niña, es unánime: pelearían hasta entregar la vida. Rechazarían un acuerdo de paz con el enemigo.

 

Lo que sigue es una trepindante secuencia en la que Churchill hace uso de la palabra en la Cámara de los Comúnes y lleva a su país a la guerra con el voto unánime de los parlamentarios, oficialistas y opositores. 

 

“Me preguntáis: ¿cuál es nuestra política? Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política.

 

Me preguntáis; ¿cuál es nuestra aspiración? Puedo responder con una palabra: Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia...”.

 

La estretategia, el verbo, la emoción y la acción; todo en un solo acto. Una pieza magnífica de histrionismo político, en sintonía con el sentir ciudadano. 


¿La moraleja? Escuchar al pueblo. Lo que tienen que hacer los gobernantes es escuchar a sus gobernados. Se sorprenderían de la lógica y racionalidad que encontrarían en la ciudadanía a los complejos problemas de Estado que deben resolver los líderes de gobierno.

 

Guardando las distancias, no estaríamos en este delicado escenario, en estas horas oscuras, hablando de golpes, conspiraciones o sediciones, si quienes lo dirigen o fiscalizan, escucharan lo que dice la gente de a pie.

 

El país se encuentra en una crisis política que reclama actuar con mesura, serenidad y responsabilidad para no agravar la crítica situación sanitaria y económica que ya vivimos debido a la pandemia.

 

La majestad de la Presidencia y del Congreso de la República es una condición que viene con el cargo, pero esta se gana día a día, con la actuación ponderada y justa de quienes lo detentan.

 

Por encima de los administradores temporales del poder están los intereses de la Nación. 

Recuperemos el equilibrio, la gobernabilidad, y la serenidad que el país reclama en estos momentos. No podemos cometer los errores históricos que sufrió el propio presidente Belaunde en su momento. Que la Historia no nos condene; sino que nos enseñe. 




No hay comentarios.: