Los partidos o, mejor dicho, sus cúpulas, han ingresado a un periodo frenético de sondeos, contactos, conversaciones, esperando llegar a acuerdos.
Nadie lo acepta en público. Pero existen. Son por eso negociaciones a puertas cerradas, clandestinas, misteriosas.
Según el estilo de cada uno, se desarrollan en espacios fugaces –un telefonazo, unos minutos para conversar–, como en un juego de abre y cierra puertas, donde se plantean intenciones, posibilidades, aspiraciones.
Los participantes, según la madera de la que estén hechos, exponen sus verdaderas o aparentes intenciones. Miden lo que el otro va a decir, plantear, proponer.
Cada quien tiene su juego propio. Y tira sus cartas como el más ducho jugador de póquer. Guardando siempre un as bajo la manga.
Es difícil saber el grado de sinceridad de los jugadores. Por lo general, reina el engaño, la mentira, la sorpresa, el embuste.
Es como un juego de espejos donde no se debe mirar al reflejo de enfrente, sino al de los lados. Y adivinar qué imagen es la real.
Los bien intencionados, los honestos, los preparados, quedan casi siempre en segundo orden. Reinan, en cambio, los pícaros, los truhanes, los mafiosos. Por eso tenemos, lo que tenemos.
Es la forma de hacer política en el Perú. Y probablemente lo sea en el mundo. Siempre haciendo las cosas a última hora, negociando pensando en el interés personal, tratando de llevar la mayor cantidad de agua para sus molinos.
¿Vendrá algún día un tiempo nuevo. Un tiempo de renovación, de luz, de verdad, de acuerdos sobre la mesa, de pactos éticos a viva voz?. Me temo que no.
06 noviembre, 2010
El viejo estilo de siempre
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