04 junio, 2011

Decisiones al pie del ánfora

Llegamos a la hora final. Momento en el que se silencian las campañas para que se exprese, sin presiones, la conciencia. Es un momento de reflexión. ¿Qué sentimientos nos invaden en circunstancias cruciales como ésta? ¿Qué aspectos consideramos antes de acudir a votar? ¿Qué valores ponemos en la mesa?

Votar es un acto soberano, pero en ningún caso es un cheque en blanco. Los ciudadanos entregamos el poder a una opción política para que gobierne buscando el bien común. Ese bien común no es de unos pocos. Es de todos.

La democracia no es la imposición de una mayoría precaria –producto de una segunda vuelta forzosa–; es, antes que nada, el respeto a las minorías.

Desde esa perspectiva, acudimos a las ánforas a decidir el futuro del país. O apostamos por la esperanza, o cargamos con el pasado vergonzante. Son dos modelos sobre la mesa. En uno existen dudas; en el otro, certezas.

Hoy esa esperanza, ese hermoso salto al vacío como lo entiende Balo Sánchez, encarnado por Ollanta Humala, dependerá del comportamiento de cada uno de nosotros para llenar la piscina. Porque no es el salto lo que me preocupa, sino el clavado.
Dependerá de nosotros el llenado de esa piscina o el tejido de esa red.

Debemos desterrar, por tanto, de nuestro acto consciente de votar, el odio, el desprecio, el deseo oscuro de que fracase una política.

Debemos desterrar el miedo, la sensación de culpa o de impotencia que tenemos ante lo desconocido. Debemos votar con el corazón. Y con la cabeza. Jamás con el hígado.

Debemos votar si quieren con condiciones. La condición de mantenernos vigilantes ante los riesgos que puede sufrir el crecimiento económico, la democracia o las libertades conquistadas. Teniendo esto en cuenta, acuda a votar. Consciente y seguro.

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