Todos los muchachos nos
emocionamos con pintar nuestras camisas al terminar quinto de secundaria. Es
una tradición colorear y llenar de mensajes de despedida las camisas de
promoción, pero también puede considerarse un símbolo de liberación. Una manera
de poner fin a la monotonía de vestir iguales durante cinco años —el pantalón y
chompa gris oscuro, camisa blanca—. Una forma de dejar una huella en una
prenda de los compañeros que probablemente no veremos más.
Es también una suerte de tatuaje camuflado. Si no puedes pintarte el cuerpo, al menos puedes hacerlo en la
camisa. Grupos de música, rostros de cantantes, símbolos deportivos, escudos
extranjeros, calaveras, cadenas rotas, dragones, águilas, serpientes aladas, eran
los símbolos que la mayoría de mis amigos del colegio Roque Sáenz Peña de San Miguel escogió como elemento central de su pequeño mural
de tela de vestir.
Yo elegí el escudo
nacional.
¿El escudo nacional? los
muchachos se reían al ver mi dibujo. No podían entenderlo. Un elemento que
habíamos usado siempre en el colegio, un símbolo de la Patria, dibujado de
manera gigante en tu espalda, no era precisamente un monumento a la
irreverencia.
Era el comienzo de los
ochenta, el país recobraba su democracia tras doce años de dictadura y la
juventud se abría al mundo. Si de algo estaban un poco hartos los jóvenes de la
época era de los símbolos nacionales, usados hasta el hartazgo por el gobierno
militar.
Para mi, en cambio, el
escudo simbolizaba lo que sentía el colegio me había dado. Una identidad, un
sentido de pertenencia a una comunidad. Una historia común. Era como graficar
un sentimiento de orgullo por haber nacido en este país. Los dibujos copiados
de casacas de motociclistas hippies los sentía ajenos, cuando no frívolos.
Escogí mi mejor camisa
blanca manga larga para dibujar el escudo nacional. Recuerdo que pensé en usar
tinta de color para pintar el escudo, pero al final lo hice solo con tinta
negra. Me tomó unos días delinear su forma. No recuerdo otra camisa pintada con
un símbolo patrio.
Un día, una de las compañeras
de la promoción me pidió la camisa para dejarme un mensaje. Eran los momentos finales del colegio. Pasaron días, luego semanas y nada. Terminó el colegio y
yo me olvidé de la camisa. Muchos años después, la encontré y conversando de
varios temas salió el de la camisa. Me dijo que aún la conservaba, que la tenía
dentro de una bolsa, limpia y dobladita... y que algún día me la retornaría.
Nunca más la volví a ver.
Ni a ella, ni a la camisa.
Hoy que veo estos polos con
el escudo impreso en el pecho me acordé de mi camisa de promoción. Los tiempos
han cambiado. El orgullo nacional se exhibe en forma abierta. Se grita. Se
lleva a todos lados. El escudo nacional ha pasado de la espalda al pecho. Y
ya no es necesario dibujarlo. Lo encuentras en un polo que puedes comprar en cualquier sitio. Y si estás
fuera del país puedes adquirir tu camiseta por internet.
El escudo nacional es ahora un ícono de pertenencia y orgullo y, estoy seguro, un motivo de inspiración mucho más popular en las camisas de promoción de los muchachos de hoy en día.
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