La noticia vino de
España. La Cámara de Diputados acogió un proyecto de ley del PSOE —partido en
el gobierno—, para regular la primera ley de eutanasia en el país.
Aún cuando no exista
certeza de que la ley se apruebe, el debate sobre el poner fin a la vida para
evitar alargar el sufrimiento de las personas que padecen enfermedades
terminales, incurables o discapacidad crónica con sufrimiento extremo, se ha
instalado.
La
iniciativa le otorga a las personas que sufren males incurables y
en fase terminal el derecho a morir dignamente, a poner fin a sus padecimientos, liberándose del
cautiverio más espantoso que uno puede sufrir: el dolor.
El
final anticipado de la vida —con aprobación, asistencia y garantía médica—, tiene como
objetivo poner fin al sufrimiento. Es la estación límite del ser humano donde el dolor, el padecimiento y el sufrimiento
de algún mal terrible que la ciencia no puede curar, termina doblegando la
voluntad de vivir.
La
eutanasia no es por supuesto la primera opción ante una enfermedad terminal.
Primero están los cuidados y el efecto paliativo de la enfermedad. El dolor y
los padecimientos extremos son la frontera que definiría el paso de la vida a
la muerte.
Seis
países europeos y cinco estados federales de los Estados Unidos tienen legislación que
permite la muerte asistida. En nuestra región, desde el 2015, solo Colombia posee una ley que permite poner fin a la vida ante sufrimiento extremo y
males incurables.
El
debate tiene diversos ángulos. Y en el se imbrican consideraciones religiosas,
éticas, jurídicas y médicas. Ideas y respeto. No sectarismo, ni fanatismo. Ni
prejuicios.
A
la muerte se le respeta. En muchos lugares,
incluido el Perú, sin leyes que la respalden, existe la práctica de no continuar los esfuerzos médicos para
dejar que la naturaleza culmine su tarea. No es muerte asistida. Ni eutanasia
pasiva. Es dejar ir.
En
ese punto, los médicos paran sus esfuerzos, ponen en neutro sus máquinas y pasan a consolar a los familiares.
Cuando
humanamente no hay nada más qué hacer, aceptamos
la muerte. Y nos consolamos en la resignación. Lo que rechazamos, lo que no aceptamos, es
el dolor y el sufrimiento perpetuos.
Si vivir con dignidad es la característica que todo ser humano debiera tener, morir con dignidad debiera ser también un derecho humano al paso final. Un tránsito sereno que ponga fin al sufrimiento.
Morir con dignidad implica no sufrir. El dolor nos mata. Y no solo a quien lo padece
físicamente.
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