El discurso del presidente Vizcarra puede empezar a cerrarle la boca al cocodrilo de la impopularidad. Me explico: hasta antes de su mensaje a la Nación, el presidente tenía más desaprobación que aprobación (48% vs 35%, IPSOS, julio 13, 2018). La proyección de ambos resultados dibujaba una boca abierta de saurio que amenazaba con tragárselo.
Cerrarle la boca al cocodrilo, requería voluntad política y audacia. Es decir, establecer un juego propio. “La batalla por colocar la agenda pasa primero por construirla, luego ejecutarla y comunicarla. El mensaje del 28 de julio es la ocasión propicia para hacerlo. No se trata de pensar qué voy a opinar hoy, sino de proponer hoy y mañana los temas de opinión. No es una cuestión de contenidos, sino de temas” (Politikha, julio 8, 2018).
El presidente resolvió la cuadratura del círculo. Entre seguir ahogado por la percepción de debilidad que proyectaba su gobierno ante la opinión pública o jaqueado por la mayoría del Congreso de la República, decidió emprender la reforma judicial y política, tirando el anzuelo del referéndum para enganchar al pueblo, ponerse a su lado y enfrentar al Congreso con la viabilidad de las reformas.
En medio de un rechazo generalizado a la corrupción en el sistema de justicia, el presidente Vizcarra presentó tres iniciativas para que el pueblo decida: la prohibición de la reelección de los congresistas, el financiamiento privado de los partidos políticos y las campañas electorales, y el retorno de la bicameralidad, sin aumentar el número actual de legisladores.
Si el Congreso obstruye este camino, el Ejecutivo, por rebote, ganará la aprobación ciudadana. El presidente Vizcarra leyó bien el origen de su gobierno —nacido de la inestabilidad política—, por lo que el desafío de iniciar la reforma judicial y política no es solo del Ejecutivo, sino, en efecto, de todo el sistema político. Y, lo más importante, de la calle.
La reforma del sistema de justicia es un pedido a gritos de la ciudadanía. Pero también lo es la reforma del sistema político. El referéndum es tanto un mecanismo de reforma constitucional, como una vía de escape para el descontento; una fórmula de distensión social para el populorum.
Por ahora, no importa mucho si el presidente tiene o no la prerrogativa constitucional para convocar a referéndum. Ese debate se dará en los próximos días. Eso es para juristas y políticos. Lo importante es que ha escuchado a la calle y ha jugado sus propias cartas, ha planteado una agenda política y ha expresado su voluntad política para sacarlo adelante. El referéndum, bien encaminado, le cerrará la boca al cocodrilo.
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