19 septiembre, 2021

Corrupción, política y salmones


Hace por lo menos un mes se publicó una encuesta de IPSOS Internacional, que casi no ha tenido difusión en nuestro país. Se trata de un documento que toma el pulso a la situación política y económica en 25 países del mundo con la finalidad de conocer el estado de ánimo o sentimiento de la población respecto a lo que sucede en su país.

 

Los resultados indican que, en general, los países, las sociedades, están fracturadas:

 

§  En promedio, 71% piensa que la economía está amañada en favor de los ricos y poderosos.

 

§  72% piensa que la élite política y económica no se preocupa por las personas trabajadoras.

 

§  70% piensa que la principal división en nuestra sociedad es entre personas comunes y la élite política y económica.

 

§  65% piensa que los expertos locales no entienden las vidas de la gente trabajadora.

 

Esta percepción de una sociedad dual enfrentada entre sí, dividida por intereses económicos diferentes, opuestos, tiene un correlato que no beneficia a la democracia. 

 

Frente a esta situación de bipolaridad sociopolítica, no es de extrañar que:

 

§  64% desee “un líder fuerte que le quite el país a los fuertes y poderosos”.

 

Incluso que:

 

§  44% desee “un líder fuerte dispuesto a romper las reglas”. Es decir, un autócrata.

 

Los partidos políticos son las primeras organizaciones que pierden en la evaluación de la opinión pública:

 

§  68% piensa que los partidos y políticos tradicionales no se preocupan por la gente común.

 

§ 81% piensa que los políticos siempre terminan encontrando maneras de proteger sus privilegios.

 

§  60% dice que los temas políticos más importantes deberían ser decididos directamente por la gente, a través de referéndums, y no por quienes tienen cargos electos.

 

El Perú no escapa a esta sensación de pozo ciego, de callejón sin salida. Y en algunos ítems el promedio, incluso, es más elevado. Es muy sintomático que estos sentimientos populistas y antiélite vayan de la mano con los índices de corrupción que perciben los ciudadanos en sus países. A mayor corrupción, mayor desencanto.

 

En este contexto, proponer una salida razonable parece una tarea titánica, de apóstoles y feligreses, más que de gobernantes y gobernados. Las sociedades tienden a la polarización y al extremismo producto de la desesperación o del fracaso de quienes detentaron el poder. El balance de los actos de gobierno ha sido calamitoso. El resultado de la gestión puede haber sido bueno o regular, pero cualquier resultado mediano o grande termina diluyéndose frente a cómo terminaron los gobernantes. 

 

La corrupción degrada el acto político. El entusiasmo inicial se transforma en frustración y este sentimiento deviene pronto en desconfianza. Y cuando llega a este punto renace el populismo y el sentimiento autoritario.

 

Hay, sin embargo, un espacio para la batalla. Las elecciones recientes en el Perú no reflejan aún esa polarización, aunque el discurso oficial y la oposición más activa pretendan hacernos creer que sí. 

 

El debate político está polarizado, pero no la sociedad. Esta se posiciona casi en tres tercios. Lima mayoritariamente en contra del Gobierno, las provincias del sur a favor y las provincias de la costa y de la selva casi en un empate. 

 

El centro democrático es la salida sensata para no terminar dentro del pandemonio político extremo al que avanzamos a pasos agigantados.

 

Recomponer y recuperar el acto político como principio de conducta es un imperativo. Mientras caigamos en los vicios de siempre y no ventilemos la actuación e intereses públicos, diferenciándolo de los actos e intereses privados, será muy difícil. La política debe ser en esencia un acto decente. 

 

Eso es imposible, pensarán algunos. Es como nadar contra la corriente. Es verdad, pero eso hacen los salmones, y triunfan.

No hay comentarios.: