16 octubre, 2006

Valentín Paniagua: el adios final

A las cinco de la mañana murió Valentín, demócrata auténtico, constitucionalista, hombre de palabra honesta, y retórica versallesca, apegado a la ley.

Se fue en silencio, como acostumbraba a pasar las tardes en la biblioteca de su casa de Jesús María, leyendo, anotando, reflexionando.

Recuerdo la tarde en que fui a verlo. Lo encontré revisando la edición final de la historia de la Constitución Peruana. Tenía los papeles mecanografiados y con anotaciones de su puño y letra en tinta azul.

Le pregunté por qué no usaba la computadora. Me dijo que ya estaba viejo para esas cosas, y que había problemas en los cuales es mejor no meterse.

A veces –me confió­–, prefería dictar a su secretaria y luego revisar las transcripciones. Era muy meticuloso con sus textos y yo diría que con todo lo que hacía.

De andar parsimonioso, vestía con sencillez y hablaba con ponderación, con sumo respeto. “Vea usted”, acostumbraba a decir como frase de enlace cada vez que iniciaba una charla.

Usaba un bigotito que, imagino, le tomaría algunos minutos cortar y arreglar de la manera que le gustaba y quedaba.

La gente lo bautizó como “Chaparrón Bonaparte”, en alusión al personaje del cómico mexicano Chespirito, chiquito de tamaño como él.

Fue en las últimas elecciones generales que los jóvenes de Acción Popular desarrollaron esta broma y crearon un personaje que, rápidamente, ganó simpatía popular: “El Chaparrón Paniagua”, o simplemente el “Muñeco Chaparrón”, como le decía la gente.

Me consta que Valentín se opuso a usar este recurso marketero en campaña. Puso siempre por delante realizar una contienda de ideas, antes que de gestos mediáticos.

Pero los chicos de AP insistieron y faltando poco menos de un mes soltaron los muñecotes a la palestra. Suavizó la figura de Paniagua. Y el propio candidato terminó aceptándo y queriéndo la jugarreta.

Fue una campaña intensa. Y más para él que ya conocía de su dolencia cardiaca.

Los médicos le aconsejaron llevar una vida tranquila si quería alargar la existencia. Pero Valentín se negó.

Aceptó más bien, el reto de asumir la postulación a la Presidencia de la República, enarbolando las banderas de Acción Popular.

No pocos lo vieron resollar en las caminatas de altura. Jamás se quejó. Nunca cortó la campaña. Batalló en todo momento.

Como ahora que resistió con respiración asistida más de tres semanas en cuidados intensivos.

Antes de ingresar al quirófano, los médicos le explicaron las probabilidades que tenía de salir bien de este trance final. Y las complicaciones posibles.

Valentín asumió el reto, como siempre lo había hecho en su vida y como acostumbraba a decir el jefe fundador de su partido: ¡adelante!.

Fue su última lucha; de las muchas que le tocó librar a este peruano ejemplar.

Descansa en paz, amigo Valentín. Te recordaremos siempre.

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