El origen de la Unión Europea fue el miedo. Vista desde su nacimiento como una aspiración de paz, ocultaba, en realidad, el deseo de no volver a la guerra, luego de la traumática experiencia que siginificó la Segunda Guerra Mundial que desangró al continente europeo.
Sólo Francia y Alemania se habían enfrentado tres veces en el lapso de 75 años (entre 1870 y 1945). La solución tenía que partir de estos países. Alemania reclamaba el territorio de La Sarre en poder de Francia, en tanto que Francia había recuperado Alsacia ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
Se pensó, entonces, en un mecanismo que mantuviera alejados a estos países de los materiales de la industria bélica, el acero y el carbón. Nació así en 1951, el Tratado de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA), firmado por Alemania, Bélgica, Francia, Holanda, Italia y Luxemburgo.
Al designar una autoridad supranacional, ninguno de estos países podía disponer libremente la fabricación de armas. Es decir, abdicaron, en estos productos, de soberanía nacional.
Esos mismos seis países firmaron en Roma el 25 de marzo de1957 los tratados que dieron origen a la Comunidad Económica Europea (CEE) y a la Comunidad de la Energía Atómica (EURATOM); esta última aplicada más a reemplazar la dependencia del petróleo.
El tercer mecanismo que alentó la conformación de la UE fue la guerra fría.
Estados Unidos puso su mayor empeño en introducir en el continente europeo un mecanismo de freno al avance del comunismo. Este papel no se ha destacado mucho y es entendible que así haya sido. Pero la Unión Europea no existiría hoy si Estados Unidos no la habría apoyado. En especial su mecanismo de defensa multinacional a través de la OTAN.
Hoy, la Unión Europea es una potencia económica y comercial con sus 500 millones de habitantes que pueden circular libremente por sus 27 estados miembro sin pasaporte. Tienen moneda única, han reconocido títulos y grados académicos y gozan de libertad de culto.
Son también los mayores colaboradores de los países menos desarrollados, aunque su interés en los últimos años se haya volcado mayoritariamente hacia sus vecinos el este.
En cincuenta años, Europa ha logrado lo que no alcanzó en dos siglos de historia: paz y prosperidad. Tras cruentas guerras entre sí encontraron un camino que les permite ahora mirar con optimismo el futuro. La enseñanza para latinoamérica es clara: debemos hablar menos de integración y hacer más. Menos retórica y más acción.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario