El XXIII Congreso Nacional del Partido Aprista no ha traído más que acusaciones de secuestro, fraude, falsificación de credenciales, golpes y contusos al viejo estilo bufalesco. Es una vergüenza que esto ocurra en el partido que se supone es el más organizado y acaso uno de los pocos que merezca el calificativo de tal.
Que ocurra sólo revela la precariedad de los partidos políticos.
Pero ¿qué se disputan las diversas corrientes? ¿Una visión diferente de Estado y desarrollo? ¿Un plan de gobierno alternativo? Nada de eso. Simples cuotas de poder interno y posibilidades de seguir acomodando a los suyos dentro del aparato gubernamental.
En otras palabras, se pelean a trompicones por la repartija del poder.
Pugnas como estas revelan a su vez la debilidad del sistema democrático, formado por organizaciones que en lugar de formar cuadros para dirigir el Estado, capacitan a expertos en triquiñuelas políticas.
El espíritu de cuerpo que fortalece las organizaciones se transforma en consigna de bando. Una fuerza que vive a costa de entregar puestos en el aparato del Estado.
Las líneas o facciones que normalmente existen en todo tipo de organización alimentan las estructuras cuando elevan el nivel de discusión propuesta. Pero son absolutamente letales cuando se transforman en cotos cerrados que luchan por controlar los hilos del poder.
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